(Resumen del texto leído en el Cineforo de Psicología Arquetipal del sábado 15 de febrero 2020 en Trasnocho Cultural)
Imagen de la película Parásitos |IMDB
En la Grecia antigua, un parásito designaba a un alto funcionario supervisor de las cosechas, la preparación del pan y las fiestas en homenaje a los dioses. Probablemente de esa relación con los alimentos ha derivado el concepto actual del parásito como alguien que se nutre y vive a costa de otro.
El término «parásito» define a un organismo animal o vegetal que vive a expensas de otro de distinta especie —que se denomina huésped u hospedador—, alimentándose de él y depauperándolo, sin matarlo. En el decir de los especialistas parasitólogos, «el buen parásito no mata». En la relación entre el parásito y su huésped prima el individualismo y la supervivencia, rasgos de algo muy primitivo en la evolución de lo humano.
En un primer nivel de lectura, Parásitos es una obra sobre la familia, las desigualdades socioeconómicas y la transculturización especialmente marcada en la postmodernidad. Se refiere en particular a las colectividades de la sociedad postindustrial, en las cuales las posibilidades de ascenso en la escala social han desaparecido, al menos por los medios en que se daba anteriormente: la educación, el esfuerzo sistemático, la capacitación y la especialización.
Esas posibilidades y los recursos para alcanzarlas han sido sustituidos por un único elemento: el dinero, que se ha convertido en medida de todo, que es capaz de corromper la moral, las formas mínimas de convivencia y las valoraciones de toda índole. Una capacidad de corrupción que trasciende idiomas y culturas.
En este sentido, nos encontramos entonces en el terreno de lo que se denomina el «complejo del dinero» y justo en el ámbito de la sombra, por la obvia relación del dinero con el poder. El dinero tiene una particular capacidad para representar estos elementos de poder y sombra que matizan las relaciones interpersonales siempre, de maneras y grados diferentes.
Pero estos fenómenos colectivos, sociales, encuentran en el filme un foco de manifestación particular en dos familias: los Kim y los Park. Porque si bien el director Bong Joon Ho hace una crítica desde el punto de vista sociológico y político —sin caer en estereotipos, lo cual permite entrever las imágenes que provienen de los arquetipos—, su interés narrativo se centra en lo que ocurre en la psicología de los individuos —mediante personajes muy bien construidos— que constituyen las dos familias en sus relaciones consigo mismos y con los demás.
Imagen de la película Parásitos |IMDB
Bong sitúa el foco de la narración en los contrastes entre estos dos grupos, pero desde la paradoja de que si bien son muy diferentes en lo social y lo económico, son de la misma especie biológica y muy semejantes en sus motivaciones psicológicas. Esas semejanzas funcionan como espejos entre los personajes, que no logran hacer reflexión, pero además como un espejo para el espectador, que se espera que pueda hacerla. Ofrece así una historia muy bien contada, no un panfleto ni una declaración de principios sobre las injusticias sociales.
Desde el punto de vista de la psicología analítica, hablar de familia es hablar de complejos familiares, esa trama de imágenes, fantasías, memorias, sentimientos e interacciones que tejen la historia del individuo en ese grupo original. Una historia individual que tiene sus raíces afincadas en los modelos universales (arquetipos) de esos vínculos intra y extrafamiliares.
En el escenario de los complejos familiares están las figuras que los constituyen, que en la película aparecen con características definidas y contrastantes. El padre de la familia Kim es una imagen disminuida, con pocos recursos. Una figura paterna impotente para cumplir sus funciones como proveedor, protector y organizador del mundo que le corresponde. El de la familia Park, por su parte, es un empresario exitoso, con abundancia de recursos para su familia, que juega un papel nutrido por el poder pero sin solidez ni profundidad en sus vínculos con la esposa y los hijos. Combina la abundancia de recursos materiales con el déficit de los recursos afectivos.
La madre Kim es una luchadora, agresiva y decidida, dispuesta a cualquier cosa para sostener a su familia. En su grupo es la figura de mayor fortaleza, incluso en situaciones extremas. La madre de la familia Park es una mujer frágil, superficial, con claros rasgos histéricos de personalidad y de una ingenuidad marcada que comparte con el esposo, ante quien adopta una actitud de franca sumisión. Lo ingenuo está relacionado con lo virginal y, por lo tanto, con la ceguera ante la sombra y la desconexión del instinto, temas que se ponen en franca evidencia en el desarrollo de la historia.
La hija Kim es una joven dura y decidida como la madre, desapegada afectivamente, osada, con una gran habilidad para la mentira y la impostura, extravertida y descarada. La hija Park es introvertida, más subrepticia, que a pesar de sus idealizaciones adolescentes muestra una mayor capacidad de percibir los rasgos negativos en las personas que la rodean, incluyendo al hermano menor.
Imagen de la película Parásitos |IMDB
El hijo Park tiene rasgos similares a los de la madre, con sus crisis y caprichos. El hijo Kim es el iniciador de todo el proceso, inicialmente cómico, luego dramático y finalmente trágico de la historia. En ausencia de recursos del padre termina siendo el que pone en acción el plan destinado a superar las carencias de su familia.
En este personaje aparece una de las situaciones arquetipales mejor definidas en la obra: el conflicto entre los rasgos herméticos del trickster (el ámbito de la picaresca) y los elementos psicopáticos individualistas y de sobrevivencia. Una diferenciación muy difícil porque ambos ingredientes están en estrecha vecindad y los límites son muy sutiles. El arco dramático del personaje lo lleva de una situación a la otra básicamente por la ausencia de diferenciación, la desaparición de la función del sentir (la valoración racional de lo afectivo, que provee formas y límites) que deriva en los excesos (desmesura) de sus ambiciones y desemboca en el caos final. Su desarrollo como personaje no se trata de un conflicto de opuestos sino de una diferenciación insuficiente entre elementos muy similares (el pícaro y el psicópata); entre aspectos diferentes de lo que es igual.
Se puede evidenciar un conflicto de opuestos más claro entre lo dionisíaco y lo psicopático a lo que se ha hecho referencia por la existencia universal de estos elementos en la psique: Dionisos, como expresión de lo emocional y del cuerpo psíquico, versus los Titanes como expresión de lo desmesurado, lo desalmado.
Los recursos herméticos (trickster, pícaro) de varios de los personajes, pero sobre todo del hijo Kim, activados por la necesidad y la oportunidad que le brinda el amigo, se transmutan en contenidos psicopáticos que suscitan lo mismo en los antagonistas y desencadenan la tragedia, la destructividad literalizada en una carnicería. Un proceso alimentado fundamentalmente por la venganza. Una venganza y una violencia que, en esta historia, se expresa en lo individual porque no puede manifestarse en lo colectivo como ocurre en Joker, por ejemplo. El proceso muestra con claridad que lo psicopático convoca lo mismo en los demás personajes y que esa situación se hace autónoma y arrolladora, se lleva todo por delante.
Los Kim muestran unos vínculos afectivos más primitivos pero también más consistentes. Pero representan con claridad la prevalencia del re-sentimiento sobre el sentimiento. Esta repetición de lo re-sentido es un elemento típico de la serie psicopática. Los Park podrían ubicarse más en el polo alexitímico, de distancia e indiferencia afectiva. Esta falta de resonancia afectiva, de empatía, también es típica de la psicopatía.
La representación del lado oscuro (sombra) de los personajes y sus respectivas relaciones aparece representado en el subsuelo de la casa de los Kim y en el sótano/búnker de la casa de los Park, en la cual se cumple aquella afirmación de Jung de que «a mayor luz, mayor sombra». Son locaciones que aluden al inframundo, el mundo de las sombras y de los muertos, el Hades, donde se mueve y se activa todo lo que ha sido relegado de la conciencia y convertido en sombra. El entrepiso de los Kim puede verse como una metáfora de lo limítrofe entre la picardía y la psicopatía.
Se aprecian en la obra varios elementos simbólicos que merecen mención adicional, insistiendo en la necesidad de diferenciar una lectura simbólica de las imágenes, de una lectura arquetipal de las mismas:
La piedra, regalo del amigo de Kim hijo que él se lleva a casa de los Park después de la inundación y que devuelve al lecho del río después de la tragedia. Representa lo sólido, lo perdurable, pero también lo inmodificable, lo petrificado en la psique. Con ella es herido seriamente por «el fantasma» en la cabeza.
Imagen de la película Parásitos |IMDB
El olor de la pobreza, de la miseria, percibida por el niño Park y que está referido a lo instintivo básico, que advierte sobre lo que está fuera de lugar, es lo que los Kim no perdonan cuando se pone insistentemente de relieve. Ese olor despreciado constituye el turning point definitivo de la narración y desencadena el segmento final trágico del filme, incluyendo lo homicida del padre contra el padre.
En cuanto al agua, la lluvia, puede observarse que la copiosa tormenta se desencadena después de la primera confrontación entre los Kim, el ama de llaves y el esposo, «el fantasma». Un agua lustral que viene de arriba hacia abajo, del cielo a la tierra, con un probable efecto de purificación, que luego se convierte en imagen de descenso, de recorrido de lo alto a lo bajo. Esa agua inicialmente limpia y limpiadora se acompaña sin embargo de una inundación de aguas negras, un agua que viene de abajo hacia arriba, que representa el desbordamiento de lo sombrío, de lo putrefacto.
En la carta final del hijo Kim a su padre podría verse una recuperación de los elementos del sentir y la fantasía de restitución de la figura paterna, imágenes que sugieren un aprendizaje, una contención y un intento de redención.
Una historia que lleva inevitablemente a hacerse las preguntas de quién parasita a quién, cómo puede entenderse el parasitismo por la misma especie (¿simbiosis, contagio, complementariedad, complicidad o identificación?), qué ocurre cuando el parásito es del mismo tamaño de su hospedador y quién está exento de un ingrediente parasitario en sus relaciones interpersonales.
Con este filme inquietante, que conmociona y disgusta, que pone en evidencia las profundas similitudes en las aparentes diferencias, Bong de muchas maneras advierte que estamos en tiempos psicopáticos, en tiempos de regencia titánica. Una advertencia preocupante pero nítida.
Imágenes tomadas de Internet Movie Data Base, IMDB: https://www.imdb.com/
Luis Galdona (Caracas, 7 de diciembre de 1947). Médico Psiquiatra en ejercicio privado desde 1975. Analista Junguiano, miembro de la International Association for Analytical Psychology desde 1995 y fundador y Analista Didacta de la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos desde 1998. Cinéfilo convicto y confeso, estudioso de la psique y la imagen.
legaldona@gmail.com
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