(El presente texto fue cedido gentilmente por su autor para la publicación en esta página.
Nuestro agradecimiento por hacernos posible incluir un contenido de gran relevancia).
Yea, from the table of my memory
I’ll wipe away all trivial fond records,
All saws of books, all forms, all pressures past
That youth and observation copied there,
And thy commandment all alone shall live
Within the book and volume of my brain,
Unmixed with baser matter.
WILLIAM SHAKESPEARE, Hamlet, I. v. 98-104.
Guide us in the right path,
the path of those […]
who have not gone astray.
SURAH Al-FATIHAH, Quran, 1:6-7.
Tengo que saberlo todo…
tengo que penetrar en el secreto.
Tengo que ser Caligari.
….
Mientras Cesare estaba ausente, un muñeco que
le reproducía fielmente le sustituía en la caja.
ROBERT WIENE, Das Cabinet des Dr. Caligari
In the shadow of the sun is the heat of the moon.
MILIUS (Phil., ref., p.22) IN C.G.JUNG, Mysterium Coniunctionis, 117.
Somos un sentimiento de los otros. Sentimiento que nos empieza a latir en el cuerpo en lo que se nos muere alguien. Porque cuando alguien muere lo hace dos veces: para el mundo y para quienes compartieron ese mundo parcialmente abolido por esa muerte. La gente que amamos en vida, al morir se nos mueren, inoculándonos el sentimiento que ahora son.
Nadie muere enteramente y a nadie le es negada la resurrección. Pasan años, pasan siglos, y un día, inesperadamente, vuelve a la vida el sentimiento de alguien que una vez —hace años, hace siglos— momentáneamente existió, ya que la existencia es un momento inaprensible que se le escapó a la eternidad. Vuelve, entonces, a nosotros —o a otros que para entonces nos habrán sustituido— el sentimiento de la persona que uno fue. Esa sustitución ontológica, provocada por la muerte necesaria, estaba precedida por una inadvertida sustitución afectiva. Borges dice que somos la imagen que los demás se hacen de nosotros, y esa imagen es un sentimiento, incipiente, tornadizo, contradictorio, que termina irguiéndose como la llama de una vela en el ánimo del que recuerda al muerto, consumida ya la innecesaria cera.
Esa penosa sustitución afectiva es inevitable y no supone una sentencia ante la que quepa recurso alguno, ya que no es posible estar ahí —donde se está, donde puede que se dé el encuentro— todo el tiempo. En realidad, se está donde se está poco tiempo —a veces ninguno— pues «la[s] carrera[s] en sentido contrario (832)[2]» tiran de nuestro cuerpo hacia allí, hacia allá, en el camino intransitable del mediodía. Al concluir este encuentro de ahora, iremos a comer, después tomaremos el café en otra parte, tal vez en casa de un amigo, conversaremos un rato, luego dormiremos una siesta, luego… luego… luego. Es así de inacabable. Resulta inconveniente estar todo el tiempo sentado o de pie o echado; resulta casi imposible estarse hoy en día quieto más de un momento sin mirar al aparato, consultar la pantalla, ver qué hay, qué ha pasado durante ese momento que aún no acaba de pasar y que ha sido abortado. Esos movimientos, esas reacciones alérgicas a la atención prolongada, son micro sustituciones que preludian la sustitución final, el cambio del cuerpo por el muñeco. Es el vudú del vivir contemporáneo, trátese del tiempo que se trate.
A veces nos parece que los bárbaros acaban de llegar, que acaban de llegar para destruir los logros de la civilización, pero los bárbaros somos nosotros, los hombres todos, seamos de la época que seamos. Y somos imprescindibles para que haya civilización. Sin el bárbaro no hay civilización y la civilización es el desgaste producto del tute con el bárbaro. Sí, la civilización es un desgaste; el foso de la cumbre; las ruinas del esplendor que nunca llegó a ser. Todo lo que el hombre ha hecho, todo lo que el hombre hace, todo lo que el hombre hará, nunca llegó, nunca llega ni llegará a ser… sino un momento, ese momento que se le escapó a la eternidad, procurando que sea en el tiempo y no fuera del tiempo, como las cosas eternas que no tienen necesidad de ser. De ser aquí, para otro. El bárbaro es, pues, el perenne sustituto del hombre, el que surge en él para arrebatarle el momento de la experiencia, destruyendo de un zarpazo su fatigosa y bien —o mal— construida vida.
Sí, la sustitución es la pérdida de la experiencia porque no hay encuentro. Y la experiencia es siempre la relación con el otro, ese otro que bascula día y noche entre nuestras propias fantasías del otro que somos (para nosotros, para los otros), y el otro con el que nos encontramos afuera, incluyendo, claro está, sus propias fantasías del otro que es (para sí, para los otros). Esa relación supone un encuentro que nos va aproximando, nos va alejando, en un permanente reajuste al otro y a la imagen que nos hacemos del otro, incluida la nuestra. Pero también supone la sustitución de ese encuentro, vale decir, de la experiencia del encuentro, bien sea con el otro que llevamos dentro o con los otros que nos llevan fuera. Así como la realidad incluye a la fantasía, la relación incluye la no relación, intencional o fortuita. Cuando no se da el encuentro, se da la sustitución del encuentro. Es decir, lo que no se da también se da como falla, dejando una grieta por la que respira lo que no se dio. También puede darse la sustitución en medio del encuentro, pero cuando se da el encuentro en medio de la sustitución es que ya nos fuimos del plano físico al plano de la posesión por los variados instrumentos del delirio. Empieza a darse una comunicación entre no se sabe muy bien quiénes, a enviarse y recibirse mensajes, que pueden o no ser presenciales, entre seres cuasi apócrifos. La sustitución —el tweet, el voice mail, el wasap— puede pasar de mensaje del ausente a muñeco del presente, sustituyendo el encuentro. Entonces no hay nada que decir realmente. En vez de tener la experiencia del encuentro —azarosa, impredecible, inquietante—, se experimenta que no hay nada que decirse, nada que saber del otro ni qué decir de uno tampoco, y el «encuentro» se convierte en una cuestión cerebral, intelectual, mental, que tiene lugar en el gabinete del coco. Un encuentro «escrito» en el libro y volumen del cerebro, diría Hamlet.
¿Y el otro, dónde está?
No está.
Y si no está el otro, tampoco está el uno[3].
Sí, la sustitución ocurre cuando se pierden los opuestos. Entonces no es uno el que realiza las acciones, porque no hay otro que sea el objeto de esas acciones, de suerte que las acciones se dan —o no— en apariencia por sí solas, en un ámbito extraño al sujeto y a su objeto. Nadie es responsable ni culpable de nada, como le ocurría a Cesare —en el film mudo El gabinete del Dr. Caligari — a quien el Dr. Caligari había alejado de «cualquier sospecha de culpabilidad»[4]. Volvemos a la imagen del doppelgänger que desde sus inicios preside estos encuentros, imagen que nos viene desde el rapto de Helena cuando Menelao cae en cuenta de que Zeus había sustituido a la Helena de carne y hueso por otra fantasmagórica[5]. De lo que no llegaría a caer en cuenta Menelao es de la sustitución que en él produjo esa ilusión de la que fue víctima. Porque el Menelao que fue a Troya es pariente del Otelo que fue a Chipre, en busca del fantasma que lo hipnotizó. Dos sonámbulos dramáticos ejecutando los extravagantes planes de sus Dr. Caligari particulares[6].
Este drama —el drama del encuentro y la experiencia del otro, o de su sustitución, —se representa en dos escenarios paralelos, como se representó en el crimen de las niñas del «Caso Alcàsser»[7]. Esos dos escenarios pesan lo mismo en el drama que se está representando a la vez y a la una que se están viviendo, ya que se viven los dos a la vez[8]. Ambos escenarios forman parte del «horrendo espectáculo (801)» que supone la transformación implícita en el encuentro de Ío con Zeus, tal como se lo advierte Prometeo. Utiliza Esquilo la voz griega θεωρíαν: «acción de ver, de mirar; contemplación, examen; observación, meditación, especulación; teoría, estudio»; término éste que viene de θεωρεῖον: «Teatro, estrado para los espectadores, sitio o localidad en el teatro».
En uno de los escenarios se vive la experiencia (o no); en el otro se la ve, se la mira, se la contempla, se la examina, se la observa. Todo lo cual es harto difícil ya que estamos siendo afectados, de manera desgarradora a veces, por la experiencia, lo cual implica una identificación emocional con lo que estamos padeciendo que nos impide o dificulta el convertirnos en meros espectadores y observadores de ese espectáculo. A lo cual hay que añadir que observar, como ya lo hemos dicho en alguna oportunidad, modifica lo observado. Y aquí estamos ante el dilema y escollo que plantea el asunto de la interpretación, también discutido en este seminario.
En el teatro quienes interpretan son los actores, no los espectadores[9]; pero en la vida, el actor es, o ha de ser, de convertirse en, espectador de sus acciones. Es esto lo que le está señalando Prometeo a Ío al describirle, al echarle el cuento, de lo que le espera por sufrir, así como de lo que ya ha sufrido. Ese cuento que encierra pasado, presente y porvenir, es un programa. En el episodio del «Caso Alcàsser» referido, el médico forense Frontela, que ha sido invitado a realizar una segunda autopsia de los cadáveres de las niñas por uno de los padres —quien adquiriría un extraordinario protagonismo en el caso—, interpreta los datos de la autopsia de otra manera distinta al oficial. Detrás de esa segunda interpretación hay lo que aquí hemos llamado un scheme, un plan, programa, proyecto, intriga. En suma, una teoría de esas llamadas conspirativas y que hoy en día se diseminan por miles en las redes sociales, en referencia a asuntos diversos.
Dijimos en el encuentro anterior que «Prometeo es el Gran Programador, The Great Schemer, que ve y programa el camino del destino del hombre, de todo hombre»[10]. Y ese camino incluye dos vías paralelas y simultáneas. Ambas —la aparentemente verdadera y la aparentemente falsa— pesan lo mismo en la realidad. Es el peso del «horrendo espectáculo», el peso del infortunio[11]. Hay que sostener las dos, de lo contrario caemos presa de la identificación emocional con una de ellas y con el mundo alternativo del «pudo haber sido» que propone. Algo se nos roba, se nos escamotea, cuando perdemos de vista la otra parte de la realidad. Somos víctimas de una estafa. Esta estafa empieza siendo ética, luego es política, luego psíquica y finalmente física[12]. Estafa que está programada en nuestra naturaleza humana desde que recibimos de Prometeo el doloso don ambivalente del fuego[13].
Un toro tiene dos pitones, el pitón izquierdo y el pitón derecho, y un torero tiene dos muñecas, la muñeca izquierda y la muñeca derecha. Algunos pases se dan con la muleta en la mano izquierda, otros en la derecha. Aunque se suele reconocer que con la mano izquierda se pueden dar pases sublimes —llamados naturales— con la derecha se dan los no menos necesarios derechazos. El caso es que ninguno vale más que el otro —cada uno de esos dos opuestos tienen su autoridad—, y tanta capacidad tiene de coger y matar al torero un pitón como el otro. No hay tal cosa como un «pitón bueno» y un «pitón malo».
En esta dualidad reconocemos la aparición del Mercurius de los alquimistas (no perdamos de vista que en algún momento de la lectura del Prometeo cautivo aparecerá Hermes) el cual, al no existir en la realidad, se considera una proyección del inconsciente hasta el punto de llegar a representar en sí mismo al inconsciente, el unconscious self. Comoquiera que es un spiritus vegetativus, un espíritu viviente, es, a su vez, como apunta Jung, «an active principle and so must always appear in reality in differentiated form. He is therefore fittingly called ‘duplex’, both active and passive. The ‘ascending’, active part of him is called Sol, and it is only through this that the passive part can be perceived. The passive part therefore bears the name of Luna, because she borrows her light from the sun»[14]. El pitón derecho del toro, y la muñeca derecha del torero, vendría a ser el Sol, mientras que el pitón izquierdo y la muñeca izquierda serían la Luna.
Quisiera ver esta dualidad fundamental en el Prometeo cautivo de Esquilo, así como en el que nosotros estamos descubriendo aquí, en José Celestino Mutis, dualidad fundamental que se hace cuerpo físico en Ío —pues es ella la que da el paso físico aludido en Cuatro pasos, el paso de salir expulsada de su casa paterna en contra de su voluntad y la de su padre[15]—, quisiera verla, repito, como dos pitones fraudulentos que desde su ígnea génesis prometeica atenazan al hombre. Uno sería el pitón de la estafa, el otro el pitón de la ilusión. El de la estafa es el pitón derecho o Sol; el de la ilusión, el izquierdo o Luna. Con la muñeca izquierda el hombre ilusiona y se ilusiona —promociona el engaño del que es victimario y víctima—; con la muñeca derecha estafa y es estafado, promocionando el programa que lo condiciona determinándolo. Ilusión y estafa que se cumplen en los terrenos de la ética, la política, la psicología, y se padecen en el cuerpo. Y digo «se padecen en el cuerpo» pues es en el cuerpo físico y con el cuerpo físico de los órganos que se puede llegar a padecer tanto la experiencia del encuentro, como su sustitución —es decir la ausencia de esa experiencia. Estar vivos, recorrer «el camino hacia el mediodía (716)» fatigándose «en carreras en sentido contrario (838)», implica padecer tanto la experiencia como la sustitución de la experiencia[16]. Este es el pitón derecho de los dos pitones fraudulentos, el Sol del fraude humano. Por más virtuoso que se sea, se ha de padecer de esta manera doble la experiencia del vivir.
El otro pitón sería el izquierdo o Luna, el pitón de la sombra, el cual, como la otra torre del Puente de Santa Teresa, coexiste con la grúa originaria pero jamás de los jamases se va a integrar con ella[17]. Es el pitón que inspira la gran falacia de la psicología junguiana: la integración de la sombra. Por más avezado que se sea, en cualquier momento esa sombra puede sacar su garra y destruir a la persona[18]. La sombra no se integra nunca, está siempre al acecho y es impredecible, puesto que el sólo roce de la consciencia con el inconsciente provocaría la aniquilación de ambos, como ocurre al entrar en contacto la materia con la antimateria[19]. La conciencia es precaria y relativa, mientras que el inconsciente es suficiente y absoluto. Lo que se da en una, ya se ha dado en el otro, y viceversa; como ocurre en ciertos trucos de magia: ahora lo ves, ahora no lo ves; ahora está, ahora no está. Todo está simultáneamente en ambos estados, y el ligero matiz de su diferenciación es el asunto del vivir —sin garantía alguna de que esa diferenciación llegue a hacerse, ni tampoco de que, una vez hecha, no corra el albur de deshacerse con el tiempo.
Esa diferenciación puede modificar, experiencia mediante, la percepción de ambos estados, nunca los estados en sí. Lo cual, dicho sea de paso, pone en cuestión el asunto de la «represión» de contenidos, puesto que, si nada se integra, nada se reprime. Ese «algo» supuestamente reprimido, una vez consciente no pierde por ello su condición patológica, ni se va a hacer más manejable, ni más accesible, ni más familiar, ni menos amenazante. Haberse hecho consciente uno de algo no quiere decir que no sigamos siendo inconscientes de ese algo. Ni la conciencia es acumulable, ni el inconsciente se agota. Cuando un contenido inconsciente se hace consciente, lo hace porque ya es consciente tal como se hace de día porque ya salió el sol. Y ese contenido volverá a hacerse inconsciente porque ya es inconsciente, tal como se hace de noche porque ya salió la luna. Los dos crepúsculos se preludian mutuamente porque son mutuamente excluyentes, y ninguno admite la presencia del otro. Al morir, la muerte nos sobreviene porque ya estábamos muertos, así como seguiremos vivos más allá del exitus. El reconocimiento de las limitaciones de este equilibrio psíquico se produce cuando se mantiene la tensión agónica entre ambos estados. El hombre civilizado que hoy somos no aniquila al hombre primitivo que hemos sido, como no aniquiló el homo sapiens que llegamos a ser al primate que éramos.
Todo lo cual supone un reajuste del proceso analítico tal como lo concibió Jung cuando aseveró en el Ion:
Recapitulating, I should like to emphasize that the integration of the shadow, or the realization of the personal unconscious, marks the first stage in the analytical process, and that without it a recognition of anima and animus is impossible[20].
El camino del mediodía de todo hombre se extiende entre el estrecho arco cóncavo de los dos pitones fraudulentos que, repito, desde su ígnea génesis prometeica atenazan al hombre. El reto de vivir y resucitar —a tantas vidas como la vida nos ofrezca— consiste en mantener la tensión entre sus irreconciliables polos, a sabiendas de que, en cualquier instante, nos puede pillar uno de los dos, lanzándonos por el aire como un muñeco, de pitón a pitón, hasta echar el espíritu por la boca.
Valladolid, 12 de julio de 2019
[1] Este texto fue leído el mes de junio de 2019 durante el seminario en torno al Prometeo cautivo de Esquilo que llevo a cabo en la calle José Celestino Mutis de la ciudad de Madrid, sede de la Fundación Citap, y bajo su patrocinio. He escogido el término «cautivo» en vez del usual «encadenado» ya que es una de las acepciones de la voz griega Desmwthe. «Cautivo» remite, a su vez, al cuento El exento de mi autoría, publicado en Papeles de París, Agathos Ediciones, Colección Appia, Barcelona, 2018, pp. 169-185.
[2] Numeración del texto del Prometeo cautivo de Esquilo en: Esquilo, Tragedias, V, introducción, edición y traducción de Esteban Calderón Dorda, CSIC, Madrid, 2015.
[3] Véase León Febres-Cordero, «El laberinto del ‘fíjate’: en torno al uso repetitivo de un vocablo autóctono» (conferencia inédita leída el 7 de junio de 2019 en el restaurante Narciso de Madrid): «El mito, todo mito, nos confronta con opuestos y ambos son correctos, ambos tienen la misma autoridad. Ninguno es más que el otro porque ninguno es sin el otro. Si uno no reconoce a los dos, se identifica con uno de ellos y se lo traga el opuesto. Uno se vuelve su adversario».
[4] «El Dr. Caligari supo alejar del sonámbulo cualquier sospecha de culpabilidad», Robert Wiene, El gabinete del Dr. Caligari, https://youtu.be/WmlaUHqQNao
[5] Este asunto lo trata Eurípides en su Helena.
[6] «Inducía al sonámbulo, que había sometido por completo a su voluntad, a ejecutar sus extravagantes planes», Robert Wiene, Op.cit.
[7] «Frontela ha organizado un revuelo esta mañana al introducir elementos que no aparecían en sus informes. A la vista de algunas fotografías de la autopsia en las que aparecen larvas de insectos, ha planteado que las niñas pudieron morir sólo un mes antes del descubrimiento de los cadáveres, y que pudieron ser enterradas en otro sitio antes que en la romana. [Dice Frontela]: ‘Si la cabeza de algunos de los cadáveres estaban alejadas (sic) varios centímetros del lugar donde estaban los cuerpos; si a esto unimos que las larvas tenían una medida que no correspondían (sic) con la data de la muerte, no es ninguna gran aventura decir que es muy probable que hubiese habido una doble situación de los cadáveres, un doble traslado, un doble enterramiento o una doble permanencia de los cadáveres’»; El caso Alcàsser, Netflix, 2019.
[8] Estos dos escenarios se ponen en evidencia en el interrogatorio del hermano esquizofrénico de uno de los acusados: «—Su hermano normalmente no es violento. —No es violento, no. —Pero cuando quería algo y se le negaba, ¿entonces es cuando estaba violento? —No. —¿Tampoco? —Tampoco. —Eso es lo que dijo usted anoche en televisión. —Pero estamos en un juicio, no en televisión. —¡Ah!»; El caso Alcàsser, Netflix, 2019.
[9] En realidad, el actor no interpreta, sino que representa.
[10] Véase «TREINTA, Pasacalle de Ío (III): El aguijón de doble filo».
[11] Ibid., «Ese sentimiento que nos relaciona mediante el afecto del sufrimiento del otro que se hace propio, no de manera caritativa o contemplativa (no es, desde luego, ese alarde fraudulento que llamamos ‘ponerse en el lugar del otro’, como ya hemos comentado en otra oportunidad), sino de manera activa, corporal, física, entendiendo lo físico como ley: el peso del infortunio nos pesa».
[12] Véase León Febres-Cordero, «Cuatro pasos: de cómo el reconocimiento de la divinidad le permitió al hombre aguantar su condición humana», En torno a la tragedia y otros ensayos, Editorial Verbum, Madrid 2010, pp. 139-146.
[13] El don del fuego es doloso porque proviene de un robo, y el robo del fuego es un robo político porque tiene un sentido ulterior y forma parte de un diseño o programa del ladrón Prometeo. En primer lugar, es un robo en toda regla, un robo literal del fuego (no un robo psíquico), y eso lo hace político. Es un acto de corrupción en el sentido político del término, y, por consiguiente, en el ético y moral. El aspecto político está en la ideología de Prometeo, en su teoría conspirativa, que lo lleva a pensar que él va a destronar a Zeus, que tiene una carta guardada para usar en su contra, y necesita para ello de la ayuda de los hombres, a quienes Zeus iba a aniquilar. Prometeo no quiere salvarlos por amor, sino para poderlos utilizar—que es lo que hace un político. Por consiguiente, el tercer paso psíquico no se llega a dar, ni el físico tampoco, que sería el de los resultados. Ese aspecto político siempre va a estar allí, junto al psíquico que sería el aspecto creativo y productivo del fuego, sin menoscabo de posibles actos políticos creativos y productivos.
[14] Véase C.G. Jung, Mysterium Coniunctionis, an inquiry into the separation and synthesis of psychic opposites in alchemy, Routledge and Kegan Paul, London, 1974, 117, p. 97.
[15] Véase Esquilo, Op.cit., 667-672.
[16] La experiencia transforma (o puede transformar); la sustitución es un chalequeo, una trampa, un engaño, como ocurre en el falso sacrificio de Prometeo a Zeus en el que sustituye la carne y las vísceras por los huesos recubiertos en grasa apetitosa. No podemos no vivir ambas.
[17] Aquí hago referencia a una experiencia que tuve a comienzos de este año durante mis paseos vespertinos por la orilla del Pisuerga. Al llegar, ya de noche, al Puente de Santa Teresa descubrí que en la orilla opuesta se erigía la torre medieval de una iglesia, similar a las de San Gimignano, que me había pasado desapercibida. Me extrañó, sí, que hubiesen erigido una iglesia medieval en esa zona tan alejada del centro, y que fuese tan alta, pero durante los meses de invierno disfruté de la torre envuelta en la bruma nocturna. Llegada la primavera, se me ocurrió cruzar un día el puente para regresarme por la otra orilla y cual no sería mi estupor cuando comprobé que la torre era en realidad una grúa. En ese instante, aún viva mi sorpresa y decepción, sentí que ambas —la torre y la grúa— formaban parte de la realidad, que ninguna estaba más, o menos, ahí que la otra; que las dos estaban y no estaban al mismo tiempo. Esto me lo hizo sentir el haber tenido la experiencia diaria, durante todo un invierno, de la torre medieval que, también, aunque aún no lo sabía, era una grúa.
[18] No niego la existencia de la sombra, lo que niego es su integración o asimilación al ego como vía hacia una supuesta completitud o wholeness. Esa integración o asimilación —así como la completitud o wholeness— es, dicho en inglés, a delusion. Una quimera. Una teoría que ha resultado ser engañosa y fraudulenta, a pesar de su intención primera. No porque Jung fuese engañoso y fraudulento, sino porque se fundamenta, en parte, en su observación empírica del opus alchymicum, el cual, como él mismo apunta, está basado en la idea alquímica de que el fuego (elemento fraudulento y engañoso por excelencia dada su procedencia dolosa) que mantiene el proceso ha de ser temperado al comienzo y debe luego elevarse gradualmente a su más alta intensidad (C.J. Jung, The Practice of Psychotherapy, Essays on the Psychology of the Transference and Other Subjetcts, Bollingen Foundation Inc., New York, 1954, 452, p. 239: «[All this is borne by] the alchemical idea that the fire which maintains the process must be temperate to begin with and must gradually be raised to the highest intensity». Pero, así como el proceso del opus alchymicum no es concluyente, y termina evaporándose en humo, así también el ficticio proceso de la integración de la sombra y la consecuente completitud. En relación a la integración de la sombra y su relación con el instinto animal, así como con la psique arcaica, dice Jung: «[The shadow] is now raised to consciousness and integrated with the ego, which means a move in the direction of wholeness. Wholeness is not so much perfection, as completeness. Assimilation of the shadow gives a man body, so to speak; the animal sphere of instinct, as well as the primitive or archaic psyche, emerge into the zone of consciousness and can no longer be repressed by fictions or illusions. In this way man becomes for himself the difficult problem he really is» Ibid., 452, p. 238 (el subrayado es mío). Basta echar una mirada a la historia del hombre para constatar que no ha hecho más que sufrir recurrentes episodios de regresión a la esfera animal del instinto y a la primitiva o arcaica psique, precisamente a causa de ficciones e ilusiones. No solo la tragedia de Esquilo, sino la vida misma y el hombre que la ha vivido y la vive, dan fe de que esta explicación de la sombra, el instinto animal, y la psique arcaica es una falsa teoría reductiva de la experiencia y la sustitución de la experiencia, tal como la estamos abordando aquí. Uno siente el punto naíf que destacamos en la relación de Marie Curie con los «tubitos luminosos que parecían hadas» y eran material radioactivo (véase la cita del comentario, atribuido a Marie Curie, sobre cómo aparecían a sus ojos los tubos de ensayos contenedores de radio, en «TREINTA, Pasacalle de Ío (III): el aguijón de doble filo»: «…one of our joys was to go into our workroom at night…the glowing tubes looked like faint fairy lights»). Ni los alquimistas ni Jung se percataron del origen fraudulento y engañoso de ese fuego que, como todo fuego, les llegó del robo de Prometeo. Yo baso estas afirmaciones en mi experiencia de toda una vida tratando con este asunto, al menos desde que inicié mis estudios sobre el mal en Shakespeare en Londres, en 1981. A lo largo de estos años he conocido y tratado, de manera íntima y continuada, a Rafael López-Pedraza, Niel Micklem y Cara Denman (segunda y tercera generación de analistas jungianos, tras la generación de Jung) y en ninguno observé ni esa «integración» o «asimilación» de la sombra, ni mucho menos el estado de completitud o wholeness que traería consigo. Antes por el contrario, el trato con ellos fue despertando en mí la intuición de la presencia constante de una primitiva animalidad disociada, presta a saltar en cualquier momento, incluso en el último, llevándose por delante el pretendido equilibrio con la sombra pertinaz. Lo que he observado y experimentado mediante la lectura del Prometeo cautivo durante el presente seminario en José Celestino Mutis, es que el asunto de la sombra —sea lo que sea la sombra— tiene que ver con mantener una tensión entre los opuestos que se dan durante la experiencia del encuentro y la sustitución de la experiencia; tensión que no cede nunca y que tampoco garantiza que en un instante uno de los polos no engulla al otro, destruyendo a la persona, sin importar cuánto haya logrado hacer con el aspecto constructivo del fuego. Ío aceptó tener la experiencia del encuentro y de la sustitución con Zeus; pudo sostener esa tensión, y eso la transformó en animal primero, y en genitora de deidades después, curándola. Para la cura de Ío por imposición de manos de Zeus, véase 849-850: «[…] allí Zeus te restituye la cordura al tocarte con su intrépida mano y con sólo rozarte».
[19] Para el asunto de la materia y la antimateria, así como su relación con el Doppelgänger, véase:
https://cosmosmagazine.com/physics/cern-study-sheds-light-on-matter-antimatter-mystery
[20] C.G.Jung, Aion, Rotledge & Kegan Paul, London, 1959, 42, p. 22.
León Febres-Cordero (Caracas, 1954). Tras licenciarse en la Escuela de Letras de la UCV, estudió la caracterización del mal en Londres, Zúrich, Barcelona y Valladolid, donde se doctora. A partir del estreno en 1999 de El último minotauro, sus obras se han presentado en escenarios de Venezuela, Colombia, Grecia. España y Estados Unidos. Ha publicado El último minotauro (Fundación Chacao, 1999), Nerón (Arteletra, 2002), Penteo (Monte Ávila, 2003), En torno a la tragedia y otros ensayos (Verbum, 2010), Teatro (Verbum, 2010), Siete seminarios (Verbum, 2011), Textos sedientos y otros relatos (Verbum, 2012), Dos comedias: La toma de la pastilla y Antígona en Vuelvezuela (Verbum, 2016), Papeles de París, (Agathos, 2018), Prometeo Cautivo (Fundación Citap, 2019).
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