Con motivo del cumpleaños el pasado jueves 8 de abril del poeta venezolano Rafael Cadenas, tenemos el gusto de publicar aquí un homenaje que le fue ofrecido en Casa de América, Madrid, en mayo de 2016, después de la entrega del XII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca del año 2015.
En particular, ofrecemos un sentido homenaje que sigue vigente independientemente del tiempo, en las palabras en esa ocasión de Marina Gasparini Lagrange —desde su experiencia como alumna de Cadenas—, que nos fue enviado gentilmente por su autora.
Publicado originalmente en Prodavinci | 9 de junio, 2016
El consorcio público español Casa América, cuyo objetivo es estrechar lazos entre España y América a través de seminarios y conferencias, realizó el lunes 30 de mayo un homenaje al poeta venezolano Rafael Cadenas en Madrid. El evento, donde también se presentó su libro En torno a Bashô, contó con palabras de los poetas Jordi Doce, Álvaro Valverde y Manuel Rico, así como con el narrador Antonio López Ortega y la ensayista Marina Gasparini Lagrange. Adicionalmente, el homenajeado realizó un recital de poesía. A través de #HomenajeACadenas, serie compuesta por cinco textos, podrá leer las palabras que ellos dedicaron acerca de la obra de Rafael Cadenas.
Rafael Cadenas retratado por Daniela Boersner
Homenajear y honrar a Rafael Cadenas en Casa de América es un sentimiento crecido en alegría y agradecimiento por la poesía que hasta hoy nos ha entregado haciendo nuestro vivir más resonante. Como sabemos, la poesía y las anotaciones de Rafael Cadenas surgen de una esencialidad que desconoce el artificio. Con esa economía expresiva, el poeta nos habla de la vida desde el descampado del ser y estar en el mundo.
Hoy sin embargo no es de la poesía de Rafael Cadenas de lo que quiero hablarles. Deseo compartir con ustedes algunas pocas palabras, muy pocas en realidad, sobre mi experiencia como alumna suya en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. La vida, que es rica en dudas e incertidumbres, suele ser menos generosa en certezas. Sin titubeos puedo dar testimonio de una de esas certezas: haber asistido a las clases de Rafael Cadenas fue una experiencia formativa para la persona que soy. Espero lo haya sido también para la profesora que posteriormente le hablaría a sus alumnos.
Rafael Cadenas no se apresura, habla con gran lentitud. Su tono pausado y meditativo marcaba un tempo y un ritmo en el discurrir de sus clases. Contra toda demanda del presente y sus prisas, él resguardaba su tono reflexivo, de allí que anduviera despacio, sabiendo que sin prisas se puede decir lo necesario y sensato. Una velocidad detenida que marca una gran diferencia con las voces echadas al vuelo. Cadenas se toma su tiempo. Sopesa las palabras. Comunica con lentitud porque el tamaño de la verdad que nos dice requiere ese paso demorado. Tal vez por eso su lengua es tan elegante, por lo esencial, sí, por lo esencial que es en su papel de profesor. Él no tiene urgencia en el decir, nada más lejos de él que la impaciencia. Su docencia en las aulas consistía en una reflexión en voz baja donde las dudas configuraban los pensamientos que nos expresaba. Es que no hay certidumbres rotundas en Rafael Cadenas y cuando esta afirmación acompaña las horas de clases recibidas de un maestro, no puedo sino celebrar ante ustedes el privilegio que tuve de asistir al reflexionar meditativo del poeta.
Los silencios de Cadenas en sus clases continúan vivos en muchos de quienes fuimos partícipes de aquellas sesiones memorables. Estoy segura de que ningún alumno suyo ha podido olvidar sus largos minutos de silencio en el aula. Tiempos de silencio que constituían un modo muy personal de impartir una educación para la escucha de la poesía y su llamado a habitarla. Su mudez era una invitación a la reflexión, a mantenernos saboreando un verso, a atender, a calibrar el peso específico y la duración de alguna estrofa. Yo veo en ella el regalo de un poeta que nos educaba con amabilidad y sugestiones en su decir. El profesor Cadenas nos convocaba así a abrir en nosotros un espacio a las resonancias que la palabra poética está llamada a producir, a hacer sentir. Y diré algo que en aquellos días no sabía: esos silencios tan suyos eran una iniciación en la experiencia poética que acaso buscaban conjugar la esencia de la poesía con el oficio del poeta.
Marina Gasparini Lagrange durante el homenaje a Rafael Cadenas
Cadenas lleva consigo una sabiduría que siempre ha buscado ir más allá de lo obvio e inmediato; con frecuencia ha centrado la mirada y la palabra en eso que por evidente y cercano hemos desatendido con desparpajo e ignorancia. Sus lecciones apuntaban a la vida con el tono abstraído y reverente de quien desanda la tonalidad oscura y el misterio que acompaña toda realidad. Por ser el poeta que es, conoce profundas verdades humanas ante las que impone la reverencia que lleva consigo la compasión y el silencio. Ese saber era motivo de meditaciones, de reflexiones hondas que compartía con nosotros. Siempre he pensado que la puesta a punto de su libro Anotaciones tuvo su origen en las aulas de la Escuela de Letras. Quizá alguno de ustedes se haya ya percatado de que el saber y la manera de Rafael Cadenas de impartir la docencia, rebasa cualquier ámbito académico. En sus clases nunca tuvo la pretensión de tener la razón, la verdad. Su discurrir ha estado siempre definitivamente más cerca del Humanismo que de los rigores de la Academia.
Rafael Cadenas mira y se detiene en el presente, en la vida que se vive, que se está viviendo. Con tono ensimismado y respetuoso nos hablaba del Quijote, de la poesía de D.H. Lawrence, de Whitman, de Rainer Maria Rilke. Nos decía que la poesía estaba en la vida y no en los libros. La poesía, acotaba con candor, es lo más presente que ignoramos; es una experiencia y no un género literario. Y entonces, podía suceder que pasara a leernos un párrafo de El Quijote. El profesor Cadenas nos enseñó a mirar los objetos pequeños e insignificantes que solemos desatender; nos ha señalado el modo de ver las cosas que estaban sobre las mesas que frecuentaban Sancho y el caballero andante: cacharros, botellas, cocidos, el pan, allí todo tenía un significado para el vivir. Nunca le escuché a Cadenas mencionar a Zurbarán o sus naturalezas muertas, pero ahora, y no en aquel momento, percibo cómo su detenerse en los objetos y la cotidianidad del Caballero de la Mancha, no estaba lejana del ojo del pintor extremeño.
Rafael Cadenas, y lo digo con gran alegría, podría habernos dicho junto a Antonio Machado y su Juan de Mairena:
Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.
Gracias profesor Cadenas. Gracias por tanto.
https://www.youtube.com/watch?v=7d6Mffn7LW0&t=1s
Marina Gasparini Lagrange es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Profesora de la Escuela de Letras de la mencionada universidad entre los años de 1989 y 2000, año en que renuncia a su cátedra y se va a Venecia, ciudad en la que vive durante 15 años. Ha publicado: Obras de Arte de la Ciudad Universitaria de Caracas (1991), Laberinto veneciano, Barcelona (2011), Labirinto veneziano, Milano (2011), Exilios. Poesía latinoamericana del siglo XX, Caracas (2012). Desde el 2015 vive en Madrid donde es Coordinadora Editorial de la Fundación para la Cultura Urbana en el proyecto de coediciones de poesía venezolana con la Editorial Visor.