Los migrantes – Autor: Francisco Pereira. Arquitecto y escultor venezolano
(El presente artículo fue publicado en inglés en el Journal Analytical Psychology. Vol 67, N° 2, del 20 de julio, 2022. Es reproducido aquí por gentileza de su autora).
La vida de los pueblos avanza así desenfrenada, sin dirección,
inconsciente, como un bloque de roca rodando por una pendiente
y al que sólo puede detener un obstáculo más fuerte.
Por eso el acontecer político sale de un callejón
para meterse en otro, como un torrente de montaña
encajonado en gargantas, tortuosidades y pantanos.
Allí donde no se mueve el individuo, sino la masa,
cesa la regulación humana, y los arquetipos comienzan a actuar,
como ocurre también en la vida del individuo
cuando éste se enfrenta a situaciones
que ya no pueden controlarse con las categorías conocidas. (1)
Carlos G. Jung
La creación artística que desarrolla el escultor venezolano Francisco Pereira en sus bronces Los migrantes, nos propicia la posibilidad de acercarnos a la obra con el respaldo de la psicología arquetipal.
Sus bronces nos llevan de una fenomenología a una metafísica de la maleta, en la cual lo que cuenta ya no es la «cosa en sí», el «puro objeto», sino las proyecciones y representaciones humanas que se encuentran reflejadas en ello, adquiriendo un valor simbólico elevado.
Cada maleta bípeda que se desplaza nos evoca valores, costumbres, emociones, sensaciones, preocupación, temores y miedos del migrante heroico que la lleva. Ellas simbolizan una parte de la esfera psíquica interna de quien camina, a quien fue arrancado del lugar donde su vida tiene significado. Su contenido está profundamente marcado por la identidad de cada individuo.
El artista en su obra nos muestra cómo el objeto maleta adquiere un estatus nuevo, híbrido, de maleta migrante bípeda, que hace que dicho objeto persiga ser incorporado como parte activa del imaginario psíquico de un colectivo. La maleta migrante bípeda simboliza la diversidad de cientos, miles, millones de personas que migran hacia otras fronteras.
Cada bronce se apropia, desde sus diferentes figuras, del sufrimiento psíquico de una población que se ha visto forzada a emprender un viaje, una transición obligada, quizás sin retorno fuera de su geografía. Nos habla de la fuerza que ejerce el colectivo en nuestra psique frente al tema migratorio ineludible que vivimos en los tiempos actuales. No hay duda de que estas fuerzas tan inconscientes están presente en mi práctica analítica diaria, donde aparecen conductas dominadas por el miedo, ansiedad, desesperación, confusión, conflicto, angustia, depresión, tomadas de la mano de un sin número de síntomas psicosomáticos que en muchos casos nos impulsan a huir e inevitablemente forzarnos a iniciar el viaje.
Las maletas bípedas migrantes simbolizan el contenedor de una psique en transición que nos enfrenta a la psicología, la figura y el mito del héroe a través de su presencia protagónica en el viaje. Aproximarnos a los niveles psicológicos colectivos presentes en la migración, en el desplazamiento, no es fácil, pues por su naturaleza inconsciente podemos ser tomados por las fuerzas que contienen las complejidades históricas desde donde surge.
Al hablar de la migración es conveniente recordar que la historia de la humanidad se ha construido a través de grandes desplazamientos, el de la humanidad en marcha, originados por los grandes movimientos culturales, económicos, geográficos, sociales y políticos. Cada movimiento migratorio tanto espontáneo como forzado ha provocado que el ser humano haya partido desde su lugar de origen, llegando a tener un carácter fundacional como impulsador de nuevas culturas, generador de nuevas civilizaciones y motor que permite que el mundo siga avanzando.
Lo podemos advertir desde el inicio de la prehistoria donde comienza la expansión de la humanidad, pasando por la antigua Grecia y Roma que organizaron flujos migratorios como método para establecer las colonias y expandir el comercio de la metrópoli. En la Edad Media, Europa fue testigo de tres procesos migratorios masivos: las invasiones bárbaras, la expansión del Islam y la formación del Imperio Bizantino, que en la Edad Moderna se conoció como el Imperio turco u otomano. Posteriormente la colonización de América, en la que se produjo una migración de millones de personas hacia el Nuevo Mundo. Luego en el Siglo XIX nos encontramos con la Revolución Industrial, dando inicio a los flujos migratorios transoceánicos de Europa y Asia a América y Oceanía. En el Siglo XX el desarrollo de los medios de comunicación y transporte hicieron posibles migraciones importantes. En el presente siglo nos encontramos con migraciones masivas forzadas de tipo socioeconómico y político estimuladas por un proceso de desigualdad creciente entre los países desarrollados y subdesarrollados, acentuados por malos y funestos gobiernos.
Lo encontramos presente también en la literatura y en la mitología, como es el caso de la Eneida que nos cuenta la historia de Eneas huyendo de Troya, quien funda posteriormente Roma. Moisés en el Éxodo, donde se narra la liberación del pueblo judío o en el mito helénico del viaje de Ulises, rey de Ítaca, también llamado el arquetipo de la existencia humana.
Migrantes, todos nos hemos convertido en migrantes, literal o simbólicamente, dentro o fuera de nuestra geografía, en acciones concretas, como movernos físicamente hacia otros territorios, o quedarnos en la imaginería de la posibilidad del viaje que debió hacerse y no se hizo, o al menos no se hizo aún. Un viaje personal que suele postergarse para un futuro indeterminado porque provoca temor el solo pensar en decirlo, enfrentarlo. A veces es mucho más terrible el recorrido del sendero interior que aventurarse a iniciar un viaje físico, externo por las fronteras geográficas. Cuando el viaje es interior e individual, se lleva a cabo en los territorios del alma y cuando es colectivo entra en el territorio del mito. Ahí, entre el alma y el mito se teje el encuentro con el Gran Viaje.
La migración nos coloca frente al viaje, implícito en sí misma. Es desde el migrar, desde emprender el viaje que no se hace de manera turística o por placer, sino que se hace a partir de la obligación, la necesidad y la supervivencia, lo que nos aproxima a percatarnos que no es el individuo el que se mueve sino la multitud. En el migrar, la mediación de lo humano disminuye y comienzan a funcionar los arquetipos que están presentes en nosotros desde el inicio de la humanidad y que, por ser una condición distintiva del ser, es imposible pensar que no se siga repitiendo a lo largo de las generaciones. Hoy somos nosotros una encarnación de ello.
Migrar forzadamente significa movernos a tierras desconocidas, agrestes e impensadas y sin embargo estar conscientes de que sólo apropiándonos de un carácter heroico iniciamos el andar a la aventura, acompañados del miedo, del temor, de la incertidumbre, y aun así ser capaces de internarnos en él. Solo así podremos emprender el viaje.
Los bronces que nos trae el artista nos conmueven a todos, nos conectan con el dolor, la tristeza, la fragmentación, la partida, el adiós, la pérdida, el no regreso. La agitación emocional que produce la obra tiene causas intrapsíquicas bastante más profundas y arraigadas en el inconsciente colectivo. La sola lectura simbólica que cada individuo le da a cada bronce, genera un gran impacto en nuestro psiquismo individual y colectivo, es confrontarnos con la aceptación pública y abierta de la migración y el desplazamiento humano que estamos padeciendo en la actualidad. Hoy estos héroes viajeros son llamados los caminantes, los desterrados, los andariegos, los ilegales, los exiliados, los indocumentados, la víctima, el huérfano, o tan sólo un número. Esta mirada apocalíptica hacia los actuales héroes viajeros los convierte en vulnerables, propiciando en ellos, por un lado, la activación de complejos de inferioridad, haciéndoles sentir como seres de segunda, desechables, donde nadie les quiere recibir y por el otro, se convierten en los depositarios de proyecciones masivas negativas del lugar por donde transitan o a donde logran llegar.
La migración simboliza, de manera más inconsciente que consciente, salir de lo peor con la esperanza de encontrar lo mejor, llegar a un sitio en que las condiciones sean aceptables para desarrollar una nueva vida dentro de los parámetros que actualmente consideraríamos normales. Simboliza la ilusión de concretar una posibilidad, que a cientos de miles hicieron creer que tendrían, que existía y que los acontecimientos en que están sumergidos la han menguado. Tan solo se reconocen como un pueblo que va en camiones, pateras, tren, autobús o a pie. Con un morral a la espalda o una maleta a rastras, con niños de la mano o en brazos. Individuos empobrecidos, enfermos y humillados, igualados en la desesperación y la miseria, incapaces ya de proveerse seguridad, salud, alimento y educación para vivir. Muchos morirán en el camino y otros tendrán que dejar enterrados a los suyos.
Recordemos a Ulises, rey de Ítaca, el inmortal Odiseo, como un prolongado viajero que nos narra las aventuras extremas que le sobrevinieron, en las que muchos de sus hombres murieron y nuestro memorable héroe pudo salir airoso, contando con cualidades como la prudencia, persuasión, sabiduría, magnanimidad, iniciativa, así como también astucia, engaño, suspicacia que le permitieron llegar a su destino. Es decir, si el sendero del viajero tiene una característica, es que no es fácil, no es gratuito, por una u otra causa está en la condición misma de la persona humana enfrentar e incorporar el arquetipo del viajero. El viaje forzado al que nos referimos se hace desde las circunstancias más extremas de imaginarse y ésta es una situación propia y necesaria que el viajero evitará realizar a no ser que quede otra alternativa. No hay otra alternativa.
Nos dice el I Ching, libro oracular chino de más de 5.500 años de existencia, en el Libro I, hexagrama 56:
Como viajero y extranjero uno no debe mostrarse brusco ni pretender subir demasiado alto. No dispone uno de un gran círculo de relaciones; no hay pues motivo de jactarse. Es necesario ser precavido y reservado; de este modo uno se protegerá del mal. Si uno se muestra atento con los demás, conquistará éxitos. El andariego no tiene morada fija, la carretera es su hogar. De ahí que ha de preocuparse por conservar interiormente su rectitud y firmeza y cuidar de detenerse únicamente en lugares adecuados manteniendo trato tan solo con gente buena. Entonces tendrá ventura y podrá seguir viaje sin ser molestado. (2)
Lo que nos muestra el hexagrama es que se trata de una situación que está por fuera de los tiempos y de la cultura, por ello afirmamos que son hechos arquetípicos, surgidos del inconsciente colectivo, que C.G. Jung define como,
(…) la gran masa hereditaria espiritual de la evolución de la humanidad, masa que renace en cada estructura cerebral individual” (…) contiene la fuente de las fuerzas anímicas impulsoras y las formas o categorías que regulan dichas fuerzas, es decir, los arquetipos (…) consta de motivos mitológicos o imágenes primordiales, razón por la cual los mitos de todas las naciones son sus verdaderos exponentes. (3)
Este viaje nos obliga a asumir la compañía de nuestra propia soledad individual, intrapsíquica, aunque no sea absoluta y esté paliada por la compañía de miles y millones de compatriotas que también buscan a donde llegar. La soledad es realidad permanente de quien afronta el arquetipo del viajero. La existencia del viaje tanto como del viajero están presentes en cada uno de nosotros desde el momento mismo en que nos iniciamos en la vida.
El camino del errante siempre es peligroso porque ha de enfrentar el viaje en situaciones novedosas, en terrenos desconocidos, costumbres ignoradas, por eso en ocasiones el recorrido no ha de hacerse en absoluta soledad. Dante Alighieri, en la Divina comedia, siempre está acompañado de alguien en condiciones de aclararlo, guiarlo y para ello está Virgilio y la inspiración espiritual que le provee lo femenino, el no olvidar la existencia de Beatriz, su dama amada a la distancia. Cuando el espíritu de Virgilio aún no se ha manifestado, el viajero descubre la emoción que le invade, causándole ese miedo y turbación de quien visita lo desconocido. Dante escribe, en el Canto I: «¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto» (4). Sintamos las emociones surgidas en Dante, cuando camina por la desconocida selva y recuerda la muerte. Aquí conviene tener presente el Canto III: «Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza» (5). Es preciso subrayar que el que ha tomado la decisión de hacer el viaje a su propio interior, a su psiquismo inconsciente, o concretarlo en la realidad del camino, ha de tener claro que a su regreso lo único que puede tener seguro es que no ha de ser el mismo que el que un día partió. El viaje del héroe representa y expresa nuestro anhelo de totalidad, de desarrollar y desplegar nuestra singularidad, nuestra mayor autenticidad.
Tanto el viajero que se compromete en iniciar el recorrido geográfico o como el que lo emprende desde el recorrido interior psíquico, asume el temple de no dejarse vencer por el miedo, ni por las angustias, ni por las dudas permanentes, que se van sucediendo a medida que el sendero es transitado. El viaje siempre es un reto, un desafío, es enfrentarse con obstáculos y hasta con la misma muerte. No es posible pensar iniciarlo sin tener en cuenta los terribles peligros que conlleva viajar por el mundo. Viajar es peligroso, siempre lo fue, lo es y lo será y el recorrido psíquico es tan arduo como el recorrido geográfico, siempre de una u otra forma el peligro a perder la vida va con ello. Viaje interno o externo, conlleva un futuro cambio de estado, una transformación, al que todos estamos convocados.
Jung nos dice:
Estoy cansado, alma mía, demasiado duro mi andar, la búsqueda de mí fuera de mí. Ahora he atravesado las cosas y te encontré a ti detrás de todo. Sin embargo, en mi odisea a través de las cosas descubrí humanidad y mundo. He encontrado hombres. Y a ti, alma mía, te reencontré, primero en la imagen que está en el hombre y luego a ti misma. Te encontré allí donde menos te esperaba. (…) Tú me hiciste ver verdades de las cuales yo antes nada entreveía. Me hiciste recorrer caminos cuya infinita longitud me hubiera asustado, si el saber sobre ellos me hubiera estado guardado en ti. Anduve muchos años, tantos hasta olvidar que poseo un alma. (6)
El que emprende el viaje lo ha perdido todo, aunque fuera lo poco con lo que contaba. No nos referimos al dinero, a lo material, al trabajo, la salud, la comida, que ya perdió y que lo lleva a comenzar la travesía. Nos referimos a las cosas que en verdad son más preciadas por el psiquismo humano: su identidad. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su nombre? ¿Quién es su familia, su pueblo, su tierra, su ciudad? ¿Cuáles son sus tradiciones? ¿Cuál es su lengua? La razón por la cual inicia esta travesía cruel es el anhelo de que más adelante, en un futuro incierto, conseguirá beneficios de los que él y su familia carecen y que por lo demás tampoco esperaba obtener en el lugar de donde viene ni en un futuro pensable; el anhelo de la promesa de que una vez llegado al destino, no importa cuál, podrá enviar algo de dinero para que el que se ha quedado sortee la precariedad del vivir o bien para lograr establecerse y traer consigo a los que se han quedado.
Quien encarna el arquetipo del viajero tiene que ser capaz de anticiparse a lo que va a suceder, estar atentos de manera permanente, atendiendo a los hechos concretos y adelantándose a lo que posiblemente acontecerá. Ulises, el de las mil caras, nos enseña como cada uno de nosotros se convierte en verdadero hacedor de su propia historia y que en verdad no hay destino concluyente. Lo que es obligación hacer, nos dice el Odiseo homérico, es que cada vez que lleguemos a tierras desconocidas nos preguntemos: ¿Dónde llegamos? ¿Quién habita en estas tierras? ¿Cuál será el carácter que pueden tener sus habitantes? ¿Cómo seremos recibidos?
La diáspora se convierte en lo extranjero, lo extraño, lo desconocido y, por lo tanto, en lo terrible, por lo que en latín y en otras lenguas la misma palabra, hostis, designa a la vez dos conceptos: «enemigo» y «extranjero». Es una migración humana que aparece en un espacio social ya organizado, pero donde no hay sitio preparado para recibirlos, resultan extraños. Su presencia trasgrede una sociedad que no sabe qué hacer con ellos y que no pueden manejar ni controlar. Son generadores de cambios demográficos, cambios en la dinámica de la economía del lugar, en el crecimiento poblacional y con implicaciones psicológicas en sus habitantes. Ellos se convierten en un potencial enemigo y eso produce miedo. Su llegada siempre altera el lugar.
La clave es no dejarnos engañar por los pensamientos incompletos que construyen nuestra consciencia, que buscan hacernos creer que ahora estas cosas no ocurren. Sí que ocurren, y nosotros, los que estamos aquí, tenemos plena consciencia de que suceden y lo seguirán haciendo de la misma manera. No podemos ignorar la cantidad de cientos de miles de migrantes que se encuentran en éxodo actualmente y las consecuencias no solo para Latinoamérica sino para el mundo entero.
Nos dice Jung:
(…) esos hechos psíquicos fundamentales que continúan siendo los mismos durante milenios y que continuarán siendo los mismos durante otros millares de años. Los tiempos modernos y el presente, considerados desde este punto de vista, se muestran como meros episodios de un drama que comenzó en la pálida aurora de una época originaria, drama que se extiende, a través de todos los siglos, a un remoto futuro. Este drama es el devenir consciente de la Humanidad. (7)
Finalizo diciendo que en cada uno de sus bronces el escultor fragua creativamente realidades y experiencias sombrías que viven los migrantes en el largo y penoso camino que transitan. Cada bronce lleva impresa una historia y una valoración particular, evocando en quien las ve el surgimiento de una emoción y de una imaginería interna llena de significado y reflexión, una vivencia que nos invita a asumir una postura psíquica ante esta dolorosa realidad.
La angustiosa realidad de la vida cotidiana del que migra se encuentra atrapada en un complejo inexorable de opuestos: vida y muerte, prosperidad y desdicha, éxito y fracaso. La vida se convierte en un continuo campo de batalla por la búsqueda de restaurar cierto equilibrio psíquico, emocional, físico, material y económico perdido que lo conduzca a una mejor calidad de vida.
La maleta migrante bípeda simboliza el viaje iniciado para quien la lleva, la aventura de transitar más allá del velo de lo conocido a lo desconocido. Invoca un destino que se abre como una manifestación de opuestos que batallan por restaurar el equilibrio perdido. Estas fuerzas misteriosas empiezan a entrar en juego en la vida de quien inicia la partida, ya sea para propiciarle la vida o la muerte.
Bibliografía
(1) JUNG, Carlos Gustavo (2001). «Civilización en Transición». En Obras completas. Vol.10. Madrid. Editorial Trotta. Pág. 182.
(2) I Ching. El libro de las mutaciones (1979). Editorial Edhasa. España. Pág. 302.
(3) JUNG, Carlos Gustavo (2004). «La dinámica de lo inconsciente». En Obras completas. Vol.8. Madrid. Editorial Trotta. Pág. 154-160.
(4) ALIGHIERI, Dante (2021). La divina comedia. Editorial Santidad. Pág. 1-5.
(5) Ibíd., págs. 1-5.
(6) JUNG, Carlos Gustavo (2009). El libro rojo. Madrid. Editorial Malba. Fundación Costantini. Pág.230.
(7) JUNG, Carlos Gustavo (2005). «Psicología y alquimia». En Obras completas. Vol.12. Madrid. Editorial Trotta. Pág. 294.
Carolina A. de Chirinos
Lic. en Psicología. M.Sc.
Analista junguiana. Didacta y supervisor.