Antes de iniciar, deseo remitir a quien amablemente revisa este texto a dos lecturas que explican estos fenómenos con la maestría y la elegancia que yo, en este momento, no poseo: Rafael López-Pedraza en su libro Ansiedad cultural, y Marie-Louise von Franz, en su libro El Puer Æternus, ambos ampliamente disponibles para descargar en internet. Yo, por mi parte, me limito a resumir algunas ideas que me han «raptado» y a agregar algunas consideraciones que, a mi juicio, son de valor. Este escrito surge de mi propia puerilidad, que se resiste aún a incorporar progresivamente mis propios aspectos seniles.
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Si nos aventuramos a hacer una lectura sobre los tiempos que corren, esta contemporaneidad tan elusiva y efervescente marcada por el hiperconsumo y la tecnología, podríamos convenir en algún punto que hay un marcado infantilismo en la psique del hombre moderno. Infantilismo que podemos identificar en muchos aspectos de la vida cotidiana, desde el ansia por la libertad y la autonomía total, la presencia de infatuadas fantasías de éxito, el logro de metas constantes, la fragilidad frente a la derrota, al fracaso; hasta el rechazo a los límites y a las restricciones. Pare usted de contar, pues seguramente podrá nombrar tantas más que yo en este momento.
Este es el signo de lo que Jung, y tantos otros estudiosos de sus ideas, identificaron como el arquetipo del puer æternus, o, en castellano, el «niño eterno». La psicología de este arquetipo es una que podemos ver prácticamente en cualquier lugar, dondequiera que vamos, en tanto, como arquetipo, representa una experiencia completamente esencial para el hombre y su experiencia a través de la historia. Sin embargo, considero, y quizás algunos estén de acuerdo, que las imágenes del Niño Eterno están presentes en esta época más que nunca, tanto en lo colectivo como en lo individual, visible en cuestiones como el rechazo a la muerte, el deseo total de las apariencias y la superficialidad. Vemos así, por mencionar algún ejemplo, adultos ya entrados en el anochecer de la vida vistiéndose de maneras cada vez más provocativas y exóticas, intentando conjurar una vitalidad y juventud ya postrada en lontananza; incluso podemos verlo en el consumo cada vez más desaforado de alcohol y drogas; o en la moda, en el «emprendimiento» titánico y constante. El puer æternus vive, en este sentido (y en su caracterización más negativa), en una fiesta interminable, donde cada fantasía irreflexiva, por más ficticia o elusiva que sea, es un motivo más para celebrar su intoxicada y caprichosa vida, siempre enmarcado en una velocidad psíquica casi destructiva e irreflexiva, que le impide asentarse y concretar dichas fantasías. Seguro el lector, ayudado por estas descripciones, podrá identificar la puerilidad en su vida, de la que (me atrevo a decir) nadie está exento.
Jacob Peter Gowy. La caída de Ícaro (1635–1637) | Museo Nacional del Prado
Podemos ver esta imagen tanto en la mitología griega como en la literatura contemporánea. Pensamos, así, en el joven Ícaro, que por desobedecer el consejo de Dédalo voló muy cerca del sol y cayó a su muerte. En Peter Pan, que representa el espíritu de la niñez y la vitalidad, atrapado en Neverland para nunca crecer; en El principito, libro que es en todo sentido una oda al niño eterno, quien vive y viaja en planetas lejanos a la tierra, y rechaza categóricamente toda vida terrenal. Sobre este último libro, es curioso mencionar que el mismo Saint-Exúpery, autor de El principito, comparte el trágico destino de Ícaro, pues murió tras estrellarse mientras pilotaba su avión. Y si bien este es únicamente el aspecto negativo del puer aeternus, me valgo de esta perspectiva para construir una lectura de lo que, a mi juicio, impera especialmente en el inconsciente colectivo.
James Matthew Barrie. Peter Pan tocando la flauta (1911) | Wikipedia
Lo que vemos en común al mencionar estos casos, y tomando nota de los síntomas que aquejan a gran parte de la población, es que la consciencia tomada por el puer se rehúsa a la madurez psíquica, cerrado a toda reflexión propia de la lentitud. Hay, asimismo, una aparente incapacidad para afrontar las problemáticas de su vida, de concretar sus fantasías, de sufrir, tolerar el fracaso, e incluso de morir. El puer, así, vive constantemente en su ensoñación, saltando de una fantasía a otra, sin posibilidad de concretar o poner en marcha sus planes, tal como El principito, que viaja de planeta en planeta.
Es sumamente importante mencionar que, como todo en esta vida, hay un elemento «negativo» y uno «positivo», a sabiendas de que ambos son igual de valiosos para la psique del hombre y ambos representan movimientos necesarios colectiva e individualmente. Sin embargo, en su lado más positivo, encontramos también la imagen del Niño divino, una sabiduría etérea, mágica, brillante, donde se equilibra
la solemnidad hierática y la vitalidad; se ve una gran belleza, propia de la juventud y el frescor primaveral, así como la esperanza optimista y el enorme potencial de crecimiento que es propio de la niñez. El Niño divino anuncia su grandeza en su hermoso y sagrado nacimiento, tal como lo vemos en el Heracles recién nacido, cuya constitución y presencia presagiaba la grandeza de sus actos futuros; o en Cristo, cuyo nacimiento estuvo matizado por el signo de una época de cambio. El puer en su aspecto más positivo provee una necesaria velocidad psíquica para desencajar el sopor propio de la catatonia psíquica, de la lentitud extrema, y permite el movimiento necesario para el nacimiento de nuevas ideas y perspectivas; nuevas metas, nuevas fantasías y nuevos sueños.
Mosaico de Heracles recién nacido, sosteniendo las dos serpientes. Antioquía (s.2 AC). Hatay Archaeology Museum | Wikimedia Commons
Dicho esto, podríamos pensar que vivimos en una era tomada por el puer aeternus, donde la fantasía de renovación y vitalidad contagia a los adultos entrados en la vejez, y acelera a los jóvenes en una espiral de consumo general, causando así un poderoso rechazo a la muerte, al fracaso y a la lentitud psíquica. El puer no tiene tiempo ni ritmo para reflexionar sobre lo que le sucede ni por qué le sucede, y naturalmente no aprende de sus errores porque siempre salta de una meta a otra, sin evaluar ni reflexionar al respecto. No es sorpresa que el tan presente concepto del transhumanismo pretenda la vida eterna, en una fantasía al mejor estilo del Gran Gatsby, titánica, efervescente, infantilizada.
Así como Ortega y Gasset decía que iba a las corridas de toro para “ver cómo anda España”, el psicoterapeuta tiene la enorme suerte de ver cómo anda su tierra y su gente a partir de las imágenes que le facilitan sus pacientes. Así, llegan al consultorio pacientes sufrientes, infantilizados, incapaces de concretar sus agitadas fantasías a veces, francamente, irreales. Podríamos pensar que este tipo de consciencia es, cuando menos, común en la modernidad, potenciada a través de un triunfalismo aparentemente inocente en la superficie, pero destructivo en su esencia. Y la razón de esta gran destructividad que hoy en día funciona como un complejo autónomo es el rechazo casi total a todo elemento que pueda generar movimiento psíquico a través de la imaginería de la muerte y la convalecencia. La aceleración psíquica que hace vida en la dinámica psíquica colectiva, esa imperiosidad terrible, deviene en hombres ebrios de hibris, colmados de polarizadas fantasías de voluntad triunfalista. He mencionado en diversos momentos la necesidad de la lentitud y la reflexión como opuesto a la velocidad triunfalista del puer aeternus. Es aquí donde deseo introducir «la otra cara de la moneda», el lado opuesto del puer aeternus (que es, realmente, un arquetipo de dos cabezas, un árbol bicéfalo esencial para el desarrollo de la vida): el senex. En un extremo vemos al niño, y en el otro al anciano, o el senex, el arquetipo opuesto enantiodrómico, asociado a la lentitud, a la solemnidad, la contemplación, la disciplina, el control, el orden (por lo menos en sus aspectos positivos). La polarización que vivimos, donde nos movilizamos hacia el extremo total del puer, es precisamente lo que impide dos hechos cardinales, a mi juicio, en la lectura de esta época: la indiferencia hacia la lentitud (y finalmente hacia la vejez), tempo indispensable para la reflexión propia de la madurez psíquica; y la ausencia del puer donde realmente se le necesita. Hablemos brevemente sobre ambas ideas.
Memento mori: ¿Quién quiere morir?
Sobre el rechazo a la lentitud, vemos un elemento central del lado oscuro del puer. Aquí, el hombre se rehúsa a sufrir, a forjar consciencia de sus fracasos y derrotas, a equivocarse y aprender de ello, a aceptar su propia muerte. Las calles están colmadas de adultos que, en el anochecer de la vida, gritan a plena voz que son más jóvenes que nunca, que todo es alcanzable, que todo se puede lograr, y que “la vida es una sola y hay que vivirla”, rechazando categóricamente toda consciencia de muerte. Está claro que vivir con vitalidad y esperanza es algo más que necesario, pero la máxima “memento mori” es algo que salva al hombre de su propia hibris. Nos equiparamos a los dioses pensando que la muerte es algo que les sucede a los otros, y vivimos irreflexivamente persiguiendo éxito tras éxito, sin detenernos a reflexionar sobre nuestra interioridad.
Sacerdote celebrando la misa tridentina. Fraternidad Sacerdotal de San Pedro.
Las grandes religiones, como el cristianismo en Occidente, se ha tornado cada vez más hacia un protestantismo infantilizado. La Iglesia Católica (por mencionar la más cercana a mí de las grandes religiones) a pesar de su máxima semper ídem, ha sido víctima de Concilios que le han restado la solemnidad y la lentitud necesaria para su profundo esoterismo y mística, alejando al hombre de la gran preparación para la muerte que es inherente al rito católico. El hombre moderno destruye sus rituales, los mitos que le componen, en búsqueda del exoterismo fácil, “bonito”, bello por fuera pero vacío por dentro, en la más obvia confusión entre Psique y Afrodita. El puer, en este sentido, es enteramente superficial, pues no desea comprometerse con el viaje iniciático que es la tradición católica, y forja constantemente sectas, grupos protestantes que pervierten la tradición sagrada en pro de un exoterismo accesible y transparente. Así, se pierde el ritual, se pervierte la trascendencia, y se crea el rito del hombre por y para el hombre, secularizando de forma automática la consciencia colectiva y sedimentando las poderosas imágenes arquetipales que antaño conectaban al hombre con Dios. Esto es obra, entre muchos otros factores, del puer más oscuro, y nos da paso a pensar en la posible relación entre el puer aeternus, la psicología del elegido y el sectarismo, temas que, con seguridad, tocaré cuando mis capacidades lo permitan.
Henrietta Rae. Psique ante el trono de Venus (1894) | Wikimedia Commons
Donde más necesitamos al puer, es donde más se siente su ausencia…
O, mejor dicho: donde más se necesita la presencia del puer, es donde más se le rechaza. Como arquetipo de dos cabezas, el puer-senex representa dos polos opuestos. Pensemos, también, en la oposición entre la consciencia y lo inconsciente. Cualquier imagen que domine la consciencia estará presente en el inconsciente a través de su opuesto total. Por ello, si la consciencia está polarizada hacia lo pueril, el inconsciente estará plagado del senex más oscuro y devorador en la misma proporción. A través de esta idea de un senex internalizado a nivel de inconsciente colectivo (por decirlo de alguna manera), podemos realizar una lectura posible sobre algunos hechos, a mi juicio, cardinales para esta época moderna. Destaco, entre ellos, el desprecio tan difundido en las nuevas generaciones hacia la niñez y la natalidad como imágenes. En este sentido, Cronos es la perfecta representación del senex más oscuro. Podemos verle literalizado en la consciencia colectiva a través de algunos hechos cardinales en la época, que cobran un nuevo valor y se convierten en debate público, como el aborto. Si bien este tema de salud pública es ciertamente complejo y fruto de una pluralidad enorme de causas y factores, vale la pena sostener la idea de la eliminación de lo gestado, de lo próximo-a-nacer, de lo recién nacido, como propio de la imagen más fría y enlentecida del senex. Cronos (Saturno, para los romanos) devora la posibilidad de ser sucedido, de ser superado por la novedad y la
revitalización, como un político tirano que aprisiona a toda la oposición en esperanza de guardar para sí el reinado de fantasías absurdas y titánicas.
Peter Paul Rubens. Saturno devorando uno de sus hijos (1636-38) (detalle) | Wikipedia
Los hombres y mujeres tomadas por el puer aeternus se ven a sí mismos como incapaces de sostener o comprometerse a una familia y a la crianza de un hijo en tanto esto representaría dos hechos importantes: el sacrificio de sus tan deseadas fantasías de éxito y logro económico, y el «sacrificio» de su niño eterno en pro de una consciencia más responsable, mediada por la templanza y la lentitud, como es propia del senex. No es sorpresa que la tasa de natalidad en los países más desarrollados se encuentre truncada, y que cada vez sean más jóvenes adultos los que se oponen a la idea de una familia tradicional, en tanto estos requieren un compromiso que el puer no es capaz de sostener.
Vemos, también, hacia nuestros adentros, las fantasías de éxito y belleza totales, tan brillantes y eternas, mientras que, por fuera, nos revolcamos en edificios esquizofrénicos, naturaleza muerta, miseria gris, calles colmadas de basura. Los árboles, la vegetación, son signos propios del puer y su belleza, como vemos en Tammuz, Atis, y especialmente Osiris, quien, inmolado como los árboles en el Amazonas, lucha por resurgir entre las cenizas. Hoy, este terrible senex tan inconsciente nos lleva a destruir la belleza natural que reside en los símbolos del puer, todo sostenido, a su vez, por la misma velocidad hebefrénica de nuestra consciencia infantilizada, centrada en el éxito, el consumo, la expansión infinita, el logro desmesurado. En este sentido, podemos ver que tal infantilismo psíquico es parte importante del motor que genera la acelerada velocidad psíquica que nos hace saltar de una fantasía, de un ensueño a otro. Esto es catalizador de lo que Rafael López-Pedraza denominó “falta de consciencia de fracaso”. El capitalismo hiperacelerado, la economía devoradora, la sed insaciable de éxitos y logros, son los componentes centrales del terrible triunfalismo que nos acongoja, donde no hay espacio alguno para la derrota, el fracaso, la convalecencia y la lentitud. Me parece que conectarnos con estas ideas, y reconocer la gran mediocridad que es parte de nuestra vida y esencia como humanos, nos acerca a la senectud; así como reconocer la belleza propia en la vejez, la maduración, y la llegada del misterio de la muerte, que a tantos a aterra y tantos otros, curiosos, nos atrae.
Nicolas Poussin. Reino de Flora (1630-31) (Detalle del suicidio de Áyax el Grande) | Wikipedia
Ciertamente, la realidad como la vivimos hoy en día es inmensa y está constituida por un enorme prisma de imágenes que se entremezclan cual pócima alquímica, y la idea del puer y el senex son tanto más que una partecita de ello. A pesar de que todo esfuerzo por atrapar estas imágenes sea prácticamente fútil, no debemos contentarnos con apretar nuestros dientes en desaprobación, sino también esforzarnos por nominar esta realidad y ver su influencia en nuestra propia constitución; entender que somos (algunos en mayor o menor medida) tomados por estas imágenes arquetipales, en tanto corresponden a una experiencia completamente humana. Jung bien lo decía: «el mundo está bien tal y como está». En este sentido, todo forma parte de un necesario orden, y los tiempos van y vienen de forma pendular, complaciendo a unos y enojando a otros.
Alma, puer y senex
Hoy, en estos tiempos modernizados de aceleración, nos toca vivir el principio de una era como ninguna otra, donde la tecnología y la ensoñación sobre el futuro ultra-desarrollado se vuelve parte de la existencia. Habrá, sin duda, muchas más imágenes que explorar en el porvenir, y sólo se levantarán sobre las cenizas aquellos que cabalguen el tigre, quienes sean capaces de ver y ser conscientes de su propia mediocridad en medio del enceguecedor brillo de la fantasía pueril; aquellos que logren envejecer por fuera, acompañando al niño interior, escuchándole, y dándole su preciso lugar. Esta necesaria combinación implicaría la unión entre los aspectos más preciosos y elementales de cada eje arquetipal: la creatividad con la experiencia; la sabiduría con la capacidad de asombro; el estudio y el juego, evitando la senectud saturnina y la juventud pueril, que son, en sí mismas, autodestructivas. Pienso que el motor de esta integración puede ser el Alma.
Peter Paul Rubens. Caritas romana (1612) | historia-arte.com
Pensar en el Alma nutriendo al senex y al puer trae a mi mente la iconografía de la Caritas romana, que tantos artistas plasmaron en sus pinturas. Este relato, escrito por Valerio Máximo, narra la historia de Cimón, quien es condenado a muerte por inanición. Un día, en secreto, su hija Pero fue a visitarlo, y viendo su estado, decidió amamantarlo para arrancarlo de las garras de la muerte. Su hija, apenas una adolescente, se articula de hermosa manera con la imagen del puer, y nos constela en una hermosa tríada: el Alma nutricia (La leche de la joven Pero), el senex (Cimón), y el puer, o puella en este caso (Pero). Los guardias, conmovidos al ver la escena, liberaron a Cimón. Todo esto constituye la Caritas romana, la ética cardinal del vivir romano.
Estas imágenes nos introducen en un campo arquetipal sumamente interesante, dejando por fuera las posibles literalizaciones que pueden horrorizar al hombre, como la idea de lo disonante, del incesto, de lo libidinal. Más allá de estas imágenes, podemos ver este noble acto de amor, la Caritas romana, como una energética nutricia para la vida en el punto más cercano a la muerte, y no sólo la muerte física, sino también la muerte del alma. El alma, acercándonos a la belleza de la vida, trayendo y regalándonos imágenes que movilizan la psique, es la leche materna que nos alimenta durante toda la vida, avivando el fuego y nutriendo la dualidad puer-senex, arquetipos propios del vivir. Sin el Alma nutricia, bien puede el puer mantenerse de forma indefinida en el seno materno, regresando al útero de forma psíquica; así como el senex puede verse encadenado a la muerte, como Cimón, en una vejez biológica, saturnina y sin sentido, alejado de toda posibilidad a nivel de movimiento e imágenes. En esta idea de integración a través del Alma nutricia, podemos pensar, también en Cronos/Saturno, quien es, también, guardián de la Edad de Oro y parte central de los ritos báquicos en los Saturnales, festividad en la cual éste senex terrible y devorador se une a la celebración de la vida, a la jovialidad, a la belleza expresada a través del cuerpo. Es preciso, en este sentido, reivindicar la imagen de Saturno, que representa una energética muy valiosa para la vida, y verlo desde su contrario significaría caer, también, en una visión pueril que rechaza toda madurez psíquica.
Roberto Bompiani, Una fiesta romana (1885-99) | fineartamerica.com
James Hillman dice “mientras que el senex debe perfeccionarse con el tiempo, el puer es inherentemente perfecto”, pues, dentro de sí, guarda una profunda representación sobre la naturaleza y la esencia humana, como se expresa en el Niño divino. Según Hillman, es a través del puer que podemos explorar el sentido de nuestro destino, nuestra misión vital, siempre cargados con la emoción de Eros y un impulso creativo inicial indispensable para toda empresa. Sin embargo, siendo el puer, como Peter Pan, de “otro mundo”, algo “inconcreto”, pertenece pues al río que fluye de forma incansable, y justamente a partir de la dialéctica del senex es que el hombre puede evolucionar. Si el puer inspira un hermoso camino, el senex lo madura y lo recorre con concreción.
Pienso que, a pesar de todo, es más que posible encontrar la belleza en el mundo moderno. Donde haya hombres y mujeres, donde persista el espíritu humano, ahí estará la infinita posibilidad de psiquear, de hacer alma, y de nutrir a través de la leche materna de Pero el viejo cuerpo de Cimón que, hoy dentro de nosotros, pretende acercarnos a la muerte psíquica para dejar un cuerpo inquieto, colmado de fantasías absurdas y pretensiones ciegas. De esta manera, debemos vivenciar no sólo los aspectos sombríos que esta sociedad pretende rechazar, como el fracaso, la mediocridad, la lentitud y la muerte, sino hacerlo a través del puer divino que es capaz de ver la belleza en estos aspectos aparentemente oscuros, que puede verlos como imágenes divinas de la experiencia humana; sabiendo que cada cuestión que domina la psique colectiva sea oprobio o victoria, se encuentra también dentro de nosotros.
Nos corresponde, entonces, ver en nuestra propia vida esta dinámica puer-senex. Sigo aquí el consejo indirecto de López-Pedraza, quien nos invita a vivir el fracaso y conectarnos con las imágenes propias de la senectud y a su tempo: muerte, la derrota, la melancolía, el sufrimiento, la noche oscura del alma. Sin esta lentitud, propia de la maduración psíquica, estaremos huyendo de nuestra esencia, sin saber que la única forma de sobrevivir es siendo lo que somos y siguiendo los designios de nuestra naturaleza, que sólo sabe empujarnos no hacia adelante, sino hacia el centro.
Diego Osechas Lucart. Psicólogo clínico venezolano, nacido en Maracaibo. Estudiante de psicología analítica (Fundación de Psicología Analítica Junguiana, FPAJ, e Instituto Assisi), y de las ideas de Jung y posteriores.