(De Agostini Picture Library/Getty Images)
Y la tragedia no puede contener ninguna ingenuidad.
Jacqueline De Romilly. La tragedia griega [1].
La lectura del libro La tragedia griega de Jacqueline De Romilly me ha propiciado unas reflexiones y fantasías que hoy quiero compartir con ustedes. Mi aproximación al universo arquetipal, como psicoterapeuta junguiano, lo realizo a través de las imágenes, tal como me enseñaron Rafael López Pedraza y James Hillman, de cuyos estudios nace el movimiento que se conoce como «psicología arquetipal».
El propio López Pedraza en una entrevista realizada por Axel Capriles y publicada en la revista Revista Venezolana de la Psicología de los Arquetipos[2] cuando le preguntan que cómo se define la psicología arquetipal responde «prefiero dejar sin definir un movimiento que sigue al alma», delimitando así el campo de acción de la psicología arquetipal al estudio del alma y su representación a través de imágenes, que es la manera como se manifiesta el arquetipo.
Así que la tarea de seguir el movimiento del alma es la tarea de seguir las imágenes contenidas en el arquetipo, entendiendo por arquetipo todas aquellas posibilidades heredadas de representaciones que expresan la primacía relacional de la vida humana.
López Pedraza en la mencionada entrevista también señala como «en la psicología junguiana todo lo que se llama arquetipal pertenece a la naturaleza». Por lo tanto el estudio de la psicología arquetipal, es también el estudio de la naturaleza de la psique a través de las imágenes que nos presenta. Por ello, la relación con las imágenes y su lectura psicológica son cruciales para la psicología arquetipal porque la imagen es algo que contiene una emoción y por ende un conocimiento psíquico, que es y siempre será, un misterio. El terapeuta tiene que ser consciente de su relación con este misterio y propiciar, si fuese posible, que en la relación terapéutica se trabajen esas imágenes emocionales que producen las transformaciones psíquicas que se creían imposibles.
Las lecturas del Picatrix, un texto medieval de medicina talismánica, sirvió de estímulo al inconsciente de aquellos que dieron inicio a una novedosa forma de leer las imágenes arquetipales contenidas en la obra. Esta novedad también alcanzó el catálogo de dioses y diosas de la mitología griega, a tal punto que en la actualidad es mucho más fácil hablar y estar en conexión con los componentes de la mitología griega, como base de la cultura occidental, que con los arquetipos propios del medioevo contenidos en el Picatrix.
Podemos decir que dentro de esta familiaridad del mundo junguiano con esta forma novedosa de ver y analizar la mitología griega, particular importancia tienen las «tragedias», pues en ellas están contenidas de forma imaginativa y con una gran fuerza emocional muchas de las reflexiones que podemos hacer en la cotidianidad de la práctica psicoterapéutica. Desde un lenguaje directamente accesible a la emoción y desde su desnudez primigenia, la tragedia griega le enseña a la psicoterapia caminos directos a las imágenes arquetipales propiciadoras de la transformación psíquica. Es desde allí que quiero compartir una revisión general de las tragedias griegas y las características de sus principales autores como un catálogo a considerar en la relación psicoterapéutica.
Como dice Jacqueline De Romilly, «…la tragedia griega alcanza una resonancia especial en la medida que ha mantenido un contacto permanente con las realidades colectivas y con los mitos originales[3]». Me atrevo a decir que esa frase es igual de válida para la psicoterapia pues de lo que se trata es de mantener la psicoterapia en los niveles arquetipales.
La genialidad de los poetas trágicos, básicamente Esquilo, Sófocles y Eurípides, nos habla de varios niveles de aproximación a esas realidades arquetipales. En ese sentido, la psicoterapia debe mantener una visión trágica, tal como estos poetas sabiamente lo pudieron expresar en sus tragedias.
Cuando digo visión trágica de la psicoterapia me refiero a una visión que considera las emociones como parte constitutiva de la realidad, indistintamente de su naturaleza, y que a través de su conexión a la conciencia propicia la reflexión necesaria que permite la mejor respuesta al reto constante del vivir.
No resulta casual que los 80 años en los que se dan las tragedias griegas, que van desde la victoria de Salamina hasta la derrota del 404 AC, marquen en todos los terrenos, un florecimiento intelectual y una evolución moral absolutamente sin igual. Como si la aproximación trágica propuesta por ese género teatral viene acompañada de un movimiento intelectual y moral que refleja en el fondo un movimiento psíquico, objetivo central de la psicoterapia.
Una de las características del género trágico son las peripecias: astucias, sorpresas, confusiones y reconocimientos que tiene como objetivo el no apartarse del nivel emocional. Asunto por demás esencial en el arte de la psicoterapia. También lo patético, que según la real academia de la lengua española es lo que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía. Resulta un arte en la tragedia griega. La psicoterapia debe ser capaz de mover los niveles emocionales con la suficiente firmeza para permitir que la reflexión que ocurre en el público del teatro, ocurra de igual manera y de forma natural en el paciente.
La tragedia también tiene un origen religioso, lo que nos ubica en una actividad concerniente al «alma«, en la celebración de «Las Dionisas» en la época de primavera y a veces en «Las Leneas» hacia finales de diciembre. Acompañada de procesiones y sacrificios de animales y al igual que la Comedia, de la que hablaré en otra ocasión, tratan de la ampliación de un rito, del que persiste la presencia de lo sagrado a través del juego mismo de la vida y de la muerte.
¿Quién dijo que la psicoterapia, como la concebimos los junguianos, no tiene que ver con una actividad dionisíaca, dedicada al alma en la que persiste lo sagrado del juego mismo de la vida y de la muerte, acompañada de sacrificios más simbólicos, pero no menos profundos, tanto para el paciente como para el psicoterapeuta?
Intentaremos hablar de estos diferentes niveles de conexión emocional con lo trágico haciendo analogía con las características de cada uno de estos tres poetas —Esquilo, Sófocles y Eurípides—, mencionados en orden cronológico, aunque sabemos que en la vida real pudieron coincidir en alguna época.
Esquilo
Esquilo un hombre de guerra, luchó por la victoria de su patria, combatió en la batalla de Maratón y diez años después lo hizo en la batalla de Salamina. Ello nos muestra el origen de su visión trágica de la vida que confía en la justicia divina y en la necesidad de un mundo que aspira el orden y vive en el misterio y en el miedo. Por otro lado su vida nos señala un hombre responsable de sus actos, especialmente ante los dioses, a quienes puede irritar con facilidad, viviendo en función de sus deberes que le apremian.
Entre las obras de Esquilo tenemos Los persas (472); Los siete contra Tebas (467) y la tríada de las Orestíada, escrita en el 458, y compuesta por: Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides.
Aunque Esquilo no se interesó por las pasiones y no las resaltó en la psicología de sus personajes, el hecho de vivir entre el misterio y el miedo ya nos dibuja una psicología con aspectos muy profundos y muy cercana a la psicoterapia. ¿O es que la mayoría de nuestros pacientes, no acuden a buscar ayuda esperando rescatar el «orden y el control» esperados versus sus móviles interiores y sus pasiones?
Esquilo entre la justicia divina y las pasiones humanas, nos invita a aproximarnos a un corazón más humano, haciendo psíquico el significado de estas tensiones, que como lectores o espectadores irremediablemente nos identificamos. Y lo hace de una manera tan sublime, que es capaz de transformar la violencia en conocimiento psíquico.
Por ejemplo, Agamenón y Clitemnestra son profundamente humanos. Agamenón regresa de Troya lleno de gloria pero también de culpas cometidas, mientras Clitemnestra está llena de rabia y deseos de rencor sobre aquel que le arrebató a su hija. Los dos saben que sienten y están en mano de los dioses. El delirio profético de Casandra nos muestra lo sagrado del acontecimiento.
Y al final de la obra, a pesar de lo dramático y trágico a la vez, algo en nuestros corazones encuentra su lugar, tal vez es el reconocimiento de nuestra naturaleza emocional, psíquica.
Esquilo nos enseña de manera magistral cómo acercarnos a esas conflictividades esenciales de nuestras vidas de una manera creativa e indirecta, precisa y contundente, y de un fondo arquetipal capaz de lograr que «ocurra» ese movimiento psíquico necesario, sin excusas racionales o intelectuales.
Todos estamos sometidos a fuerzas interiores que desconocemos llegando a conductas que nos terminan siendo ajenas, como en los personajes de Esquilo. Y solo nos lleva a terapia un sentimiento de incomodidad o de insatisfacción pero sumergidos en una gran inconsciencia.
Los personajes de Esquilo saben que están en falta y que la respuesta a sus temores no depende de ellos. Haciendo un ejercicio imaginativo el «paciente» de Esquilo llega a terapia presa de sus temores a sabiendas de que «algo» pasa que no depende de él y que a menos de que «ocurra» algo o se cumpla lo «inevitable» no lo va a resolver.
Sófocles
La historia de Sófocles se corresponde con el apogeo de Atenas. Sófocles nunca abandonó esta ciudad y llegó a conocer profundamente el imperio ateniense. Vio edificar las construcciones de la Acrópolis y solo al final vivió los sinsabores de la guerra del Peloponeso. Con su obra Edipo en Colono Sófocles creó el más bello de los cantos a la gloria de Atenas.
Sófocles pertenecía a una familia acomodada y recibió una educación adecuada. Se coronó en certámenes gimnásticos, tuvo actividad musical y tuvo participación política con éxito. Al final de su vida también tuvo funciones religiosas y fue el más coronado de todos los poetas. Entre sus obras conservadas destacan Ayax, Antígona, Filoctetes, Edipo Rey y Electra.
En su obra lo trágico está más cerca de nosotros, pues el ser humano está en el centro de todo y llena sus tragedias de deberes contrapuestos y controversias. Observamos lo trágico de su obra en función del ideal humano —el héroe—, dando paso a una reflexión como elemento central de la condición humana.
La contraposición que hacen sus personajes tiene que ver con los valores y la moral. Esto se corresponde con la época de evolución moral que en Atenas había acompañado a la evolución social que le tocó vivir a Sófocles. Entre ceder o no ceder, plegarse o permanecer, se debate el héroe para dar paso a un mundo nuevo.
El carácter trágico de su obra viene dado porque en la soledad de sus personajes hay una aceptación de la muerte. La ambivalencia de Antígona, tan trágica, viene de la dramática y progresiva soledad que va sintiendo y que a su vez le produce el valor suficiente para aceptar su heroica muerte.
Esta soledad indispensable, esa confrontación consigo mismo tan íntima, esa lucha interior entre lo que somos y lo que debemos ser se da a través de las imágenes de la psique, que conlleva a una conciencia sobre la vida y la muerte. Dichas imágenes son de gran valor psicoterapéutico y eso nos los enseña Sófocles con sus tragedias.
El diálogo entre Creonte y Antígona es un buen ejemplo de la lucha interior con imágenes de aceptación de la muerte, como simbología de una transformación profunda. Antígona asume las realidades de la vida arquetipal y se enfrenta conscientemente a la muerte como símbolo por excelencia de la transformación, en contra de las verdades de Creonte que obedecen al deseo de poder.
La analogía con la psicoterapia arquetipal me resulta muy evidente. Se trata de la lucha perenne entre las valoraciones y la realidad de la psique: el matrimonio y su deber ser versus la realidad; la relación de los padres con los hijos; de los hijos con los padres.
Para el hombre todo es incierto y frágil, la vida cambia constantemente, sometiéndonos a situaciones que permanentemente nos confrontan con nuestros valores y nuestra realidad emocional. Esto solo es posible resolverlo en la soledad de nuestra alma, asumiendo una nueva realidad personal que pasa por la aceptación de la muerte y la posibilidad de un renacer, de una transformación. Esto conforma también una visión trágica de la psicoterapia.
Si siguiéramos con nuestro ejercicio imaginativo el «paciente» de Sófocles llega con un poco más de consciencia de sus acciones. No solo sabe que le pasa sino que también tiene capacidad de reflexionar sobre ello y de asumir las implicaciones de su reflexión. Ya eso es una decisión trágica que conlleva la muerte de aspectos que ya no son funcionales por un futuro incierto pero más auténtico. La sensación que nos deja la tragedia de Sófocles, como ocurre en Antígona, no es solo la sensación de justicia sobre el tirano, sino la convicción de que todo va a cambiar y con posibilidades más humanas.
Jacqueline De Romilly en La tragedia griega dice sobre la obra de Sófocles «Es un teatro que hace que amemos la vida. Esta combinación de una filosofía tan sombría con una fe tan grande en el hombre y en la vida distingue para siempre el teatro de Sófocles».
Eurípides
Aunque apenas era 15 años menor que Sófocles, no vivió la era gloriosa de las Guerras Médicas, más bien lo marcó la guerra del Peloponeso, una guerra intestina que terminó en la ruina del imperio ateniense. Vivió dentro de una familia fuertemente criticada, con matrimonios aparentemente desdichados y a pesar de su fama, pocas veces se le declaró vencedor y al final de su vida deja Atenas y muere en Macedonia. Entre sus principales tragedia tenemos: Medea, Hipólito, Las troyanas y las Bacantes.
Además de ser un gran innovador en el teatro, Eurípides prefirió sumergir sus personajes en la vida cotidiana, víctimas de todas las debilidades humanas, cediendo a sus pasiones o a sus intereses y, algunos, incluso los hizo mediocres, como si nos estuviera diciendo constantemente lo que somos y los que nos puede pasar. Es el primero que se atreve a representar el amor en el teatro. Sus personajes nos hablan y siempre tratan de convencer al otro.
A Eurípides se le atribuye el haber reconocido la irracionalidad de los sentimientos y el conocimiento de que el hombre que se abandone a ellos se verá sometido a bruscos vapuleos[4]. Aunque sus personajes se originan en los mitos, su comportamiento es humano, y muchos de ellos son asediados por la perversidad, la venganza y hasta la locura. Eurípides es un maestro de las emociones, y su manejo en la tragedia nos acerca más a una realidad emocional que subyace en cada persona.
Así como Jung nos enseñó a entender que los pacientes de un psiquiátrico son la caricatura de lo que vemos a diario en las personas, los personajes de Eurípides no son un tanto diferente: no hay que ir muy lejos para ver que la vida emocional de cada quien está tomada por sus emociones en mayor o menor grado.
Medea, a pesar de su firme propósito de venganza, su ternura por sus hijos la vapulea en direcciones contrarias. Lo mismo podemos decir de Fedra en el Hipólito. Para ese momento someter a sus personajes a tales sacudidas emocionales, es una gran innovación literaria. De esta materia está hecha la naturaleza psíquica, por eso podemos decir que Eurípides es un gran maestro de la vida emocional, pues sin ahorrarnos nada, sus obras nos someten al reflejo vivo de nuestras emociones, que es de donde puede surgir la reflexión profunda, psíquica, como está planteada en la psicología arquetipal.
Los dioses sólo intervienen al final de la tragedia y el héroe reconoce su error. Podemos decir, como señala López Pedraza, que es entonces cuando se produce la «conciencia trágica», momento en el cual la aceptación de la realidad emocional se hace consciente. Penteo yace descuartizado en manos de Cadmo, su abuelo, quien convence a Ágave, su madre, de ver que lo que yace en sus brazos no es, sino, Penteo su hijo muerto.
El «paciente» de Eurípides nos llega en un estado muy precario, no solo por su inconsciencia, sino por lo que sus pasiones hacen de él. Ya no depende de una acción divina, ya no depende de su capacidad reflexiva porque son sus emociones las que «reflexionan» por él, son ellas las que debatiéndose internamente van a producir la reflexión necesaria para la transformación.
Es por la conexión con la imagen trágica que se propicia el movimiento psíquico. Es aquí donde López nos enseñó con su conocida frase «Stick to the image», a apegarnos a la imagen y propiciar que sea la emoción contenida en esa imagen, la que produzca el movimiento psíquico necesario para la salud psíquica.
Las acciones de la tragedia representan las acciones más torpes que los hombres puedan realizar, así el espectador se introduce en los impulsos que la generan por simpatía con el héroe trágico a través de sus emociones (pathos), por otro lado condenando la desmesura o el defecto a través del Hybris. La mímesis final representa la retribución y el crimen. El castigo produce en el asistente sentimientos de piedad y terror que permiten que la mente se purifique (de las pasiones negativas que cada hombre posee).
Aristóteles en la Poética al referirse a la tragedia dice: «la tragedia es por lo tanto una acción noble y terminada……. la cual por medio de la piedad y del miedo termina con la purificación de tales pasiones». Y Aristóteles también afirma que la catarsis final produce una toma de conciencia del espectador que lo distancia de sus propias pasiones y alcanza un nivel de sabiduría.
A manera de conclusión
La propuesta de ver el encuentro psicoterapéutico con una visión trágica y la relación que tiene con la psicología arquetipal, pasa por el hecho de ver la tragedia desde un punto de vista psicológico considerando que se encarga de problemas, si se quiere eternos, del alma humana.
Tanto Esquilo, enfocando los conflictos humanos entre la justicia divina y las pasiones; como Sófocles, sin quitarle importancia a la justicia divina pero dejando al humano en la soledad de sus pasiones y muy consciente de la muerte; hasta Eurípides, quien al dejar que sea la fuerza de las pasiones y el sometimiento a ellas los que determinan al final el discurrir de la vida, son los que nos instruyen mostrándonos de una manera por demás creativa, no solo a lo que nos sometemos a diario en la consulta sino diferentes caminos para producir cambios significativos.
Quisiera concluir con una cita de Nietzsche sobre su obra El nacimiento de la tragedia:
Si llamamos pesimista a aquel que no tapa sus ojos y sus oídos a la realidad del sufrimiento, entonces los griegos no eran pesimistas; por otra parte, ellos no crearon la tragedia para olvidar el dolor que intuían como una forma dominadora de todos los ámbitos de la realidad, no necesitaban opio o cualquier otro tipo de droga para deshacerse de él, sino que fueron lo suficientemente fuertes como para asumirlo, como para vivir la contradicción patente de las cosas, sin por ello condenarse ni buscar excusas. La tragedia surgiría así de un «pesimismo a la fuerza», o dicho de otra forma, de un optimismo matizado, aquel que sabe que la alegría y el dolor son dos formas de darse la contradicción que son todas las cosas, y por tanto es absurdo pretender que desaparezca de la faz de la tierra el dolor, pues es constitutivo de la realidad de tal manera que sin dolor no hay alegría, sino indiferencia. Y los griegos fueron muchas cosas pero nunca indiferentes. Esta toma de postura ante la totalidad de lo real tiene como base la «afirmación de la misma».
JACQUELINE De ROMILLY (1913-2010). Fue helenista, escritora y traductora. Enseñó griego antiguo en diversas instituciones, principalmente en la Universidad de París. Fue la primera mujer docente en el Collège de France, y también la primera en ingresar en la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres. Publicó multitud de estudios de referencia sobre la lengua, la literatura y la cultura griegas antiguas. Entre sus obras se cuentan Tucídides: historia y razón, Los grandes sofistas de la Atenas de Pericles, La Grecia antigua contra la violencia o La tragedia griega, todas ellas publicadas por Gredos.
[1] Gredos, Madrid, 2011.
[2] N° 5, Caracas, 2013.
[3] De Romilly, op. cit.
[4] Ibid.
Pablo Raydan, Médico psiquiatra, egresado del Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo. Analista Junguiano, miembro de la Asociación Internacional de Psicología Analítica (2001) y miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos (SVAJ). Interesado en la supervision de casos y psicoterapia arquetipal, así como las complejidades del colectivo latinoamericano en estudios con equipos multidisciplinarios.