Los ángeles lo llaman placer divino,
los demonios, sufrimiento infernal;
los hombres, amor.
Heinrich Heine
Cuando vi Call Me by Your Name, largometraje de Luca Guadagnino (2017), basado en la novela de André Aciman y con guión de James Ivory, quedé conmovida. Sabía con total certeza que la actuación de Timothée Chalamet —merecedora de su primera nominación a un premio de la Academia— me había deslumbrado y llenado de admiración. Su encarnación de Elio Perlman, un adolescente de 17 años, que en un verano italiano de 1983, se enamora por primera vez, es sencillamente brillante.
Hasta aquí no habría novedad. Sólo que de quien Elio se enamora es de Oliver -el usurpador como premonitoriamente lo califica desde que lo ve llegar-, un joven estudiante de doctorado del profesor Perlman, su padre —especialista en cultura greco-romana—, norteamericano, de 23 años, que los visita en la preciosa casa del siglo XVII, en la región de Liguria, donde esta familia culta, librepensadora, relajada, pasa los días ejerciendo ese gran disfrute que es el ocio.
No se puede decir, sin embargo, que el tema central del largometraje sea la homosexualidad, aunque en apariencia lo parezca. Se trata, mucho más, de la complejidad de los vínculos amorosos, de su carácter efímero, acuoso —el agua es un elemento omnipresente en esta obra— pero, sin duda, se trata de la iniciación al amor. Este film —ganador de un premio Oscar al mejor guión adaptado— es capaz de producir tal conmoción por tratarse de una historia humana, universal, contada con exquisita delicadeza: el primer amor, el deslumbramiento, la imposibilidad, el desgarramiento. La pérdida de la inocencia.
El entorno que rodea a Elio parece ideal para el descubrimiento de su sexualidad: unos padres amorosos, sin prejuicios; una amiga —que no llega a ser novia, muy a su pesar— que acepta su distanciamiento después de la iniciación amatoria. Un entorno, en fin, que no le presenta conflictos. El verdadero conflicto, y la tensión dramática de este film, ocurren, sobre todo, dentro del cuerpo y el alma de Elio.
Que el padecimiento de este sensible adolescente es iniciático, está insinuado el día en que la familia Perlman se prepara para celebrar Januká: la cámara muestra un plano detalle de una granada, alusión al rapto iniciático de Kore —doncella— por parte de Hades y su descenso al inframundo. Elio sufre un rapto momentáneo, y toda la seguridad que le daba su inteligencia y su precoz sofisticación intelectual se derrumba ante la insoportable ignorancia de lo que le sucede: está experimentando el dolor de amar. Y entre Elio y Oliver se trata de un amor imposible.
Elio, su padre y Oliver son tres hombres diferentes y, sin embargo, unidos por vínculos y afinidades profundos. En una de las escenas elaboradas con mayor ternura y elegancia de Llámame por tu nombre, Elio y su padre —a cargo de un Michael Stuhlbarg que no puede estar mejor en su personificación llena de delicadeza, suavidad y ambigüedad— sostienen una íntima y amorosa conversación, casi monólogo, de nuevo, iniciático. Perlman insta a su desgarrado hijo a aceptar y vivir su dolor, en lugar de matarlo. “Quédate con la alegría que sentiste”, le dice. Y acrecienta este momento profundamente humano, revelando sus propias y similares inclinaciones eróticas, ¿en el pasado?, frente a las cuales, a diferencia de su hijo, no se atrevió a ceder.
El film, peca, sin embargo, de excesivo esteticismo, hay demasiada belleza. Guadagnino se regodea en mostrar, una y otra vez, primeros planos de los preciosos árboles de albaricoque del jardín de la casa de los Perlman, o la belleza de los protagonistas —incluyendo un contrapicado del rostro de escultura clásica de Oliver—, o los muchos detalles exquisitos de la casa. Hasta sus padres llaman cariñosamente al hijo “Eli belli”. Puede que la otra pasión de este director italiano, la decoración de interiores, haya pesado más de la cuenta en la dirección de producción.
Pero quizás el mayor exceso es la ya famosa escena de Elio con el albaricoque. ¿No hubiera sido suficiente con mostrar al adolescente explorando con fiera sensualidad las posibilidades eróticas de la fruta, con sus manos? Aquí el director, que en muchos momentos clave del film hizo gala de una exquisita discreción, cayó en la obviedad.
Elizabeth Rojas (Caracas). Psicoterapeuta de orientación junguiana. Licenciada en Filosofía y Master de Crítica Cinematográfica. Escribe regularmente sobre cine.